No me interesara en absoluto lo que ocurra dentro de la
Iglesia Católica. Sólo en el caso de que tenga repercusiones sobre los que
estamos fuera. Si cambian sus ritos, sus fórmulas, es cosa suya. Yo, a pesar de
haber sido –a la fuerza— educado como tal, no soy católico. No soy creyente.
Bastante tienen con creer cuestiones tan irracionales como la Virgen y el
Espíritu Santo, la Eucaristía o los milagros, entre otras maravillas. Su influencia se extiende fuera de ella y, por lo tanto, repercute en los
que no son sus fieles. De ahí mi interés en escribir sobre aspectos
importantes.
Francisco no ha hecho sino condenar la pederastia dentro de
su Iglesia, y sin embargo prácticamente no ha actuado. Sus hechos así lo dicen.
No ha colaborado con la justicia. Al contrario, la mayoría de los casos se han
tapado desde el Vaticano, y lo más que ha ocurrido ha sido un cambio de
parroquia, una condena de palabra, o una petición de perdón, sólo en casos muy
claros y graves se ha suspendido al sujeto. Todo ello de cara a la galería. Y
el gran capo, Francisco, en esa línea, lamentando esos sucesos, criticando a
los pederastas, pero sin tomar decisiones que lo corrija y lo castigue.
Así, hoy todavía, en Estados Unidos, en Irlanda, en
Australia y en otros países –también hay casos en España--, hay curas
pederastas que, aunque se les ha castigado cambiándoles de parroquia o
bien porque ha prescrito su delito, siguen en activo. Ni Francisco, ni el
Vaticano, desde que está él, han sido capaces de castigar a estos delincuentes
deleznables, capaces de utilizar a los niños como mercancías de sus míseros
instintos.
Pero también podría decir que, a pesar de algunas
declaraciones aisladas, el papel de la mujer en la Iglesia sigue siendo
secundario, más que secundario: penoso. Cuando se está luchando en la sociedad
porque la mujer consiga la igualdad real, a estas alturas, en pleno siglo XXI,
las monjas están absolutamente discriminadas. No pueden celebrar misa y sólo
hacen cuestiones menores y de ayuda a los sacerdotes, como cocinar, lavar,
coser y planchar sotanas o casullas, y otras faenas de esta guisa. Sirviendo de criadas a los machos curas.
Por cierto, lo último de este Papa ha sido para mear y no
echar gota. Desmonta la fama de progresista de boquilla que tiene. Ha
aconsejado que los niños homosexuales vayan al psiquiatra. ¡Toma castaña!
Francisco todavía no ha hecho otra cosa que hablar, sin que
haya habido ningún cambio sustancial durante su mandato. No me extraña que
muchos le llamen el Papa Boceras. Porque hace bueno el famoso refrán: “Del
dicho al hecho, hay mucho trecho”. O no expresa lo que siente, o la curia del
Vaticano le ha ganado la batalla. La batalla que él no se ha atrevido a dar.
Salud y República
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