05 octubre 2019

¡A quemar iglesias!


Acabo de descubrir mi verdadera vocación. Lo que agradezco a estos muchachos de la derechísima, Isabelita y Nacho, que, gracias a los votos de muchos madrileños y a la alianza que han alcanzado con Santi, nos gobiernan desde hace un par de meses.

Y es que me han descubierto un mundo nuevo. Yo, que de pequeño, quería ser bombero, nunca pensé que mi fuerza y mi energía salieran a contradecirme y a pasear cuando he escuchado a estos dos monstruos de la política, la Díaz Ayuso y el Aguado. Con qué sencillez han descubierto mi verdadera vocación, la de pirómano eclesiástico. Porque yo, aunque ustedes no lo sepan, estoy dispuesto a quemar iglesias, aunque sea sólo para ver cómo reaccionan estos mandamases.

Por cierto, ya tengo mis cerillas y mi papel de periódico. Y hoy he comenzado a buscar iglesias por mi pueblo, Rivas, y es difícil, no me lo ponen fácil. Que yo sepa hay dos, una en el Casco Viejo, la de siempre, con su fachada clasicona. Y allí he ido, con mis bártulos inflamables, pensando en prender fuego al edificio, pero mira por donde, se me ha ocurrido mirar a la torre y he visto un par de cigüeñas, que me han hecho renunciar. ¿Cómo voy a quemar un edificio que tiene a esa familia de animalitos anidando allí? Y me he marchado, confundido y frustrado.

Después de mi fracaso, todavía con el ánimo quebrado, he ido en busca de la otra iglesia. Más moderna, de apenas unos pocos años, y he probado a encender una cerilla y prender un periódico, pero tras varios intentos, he visto que mi esfuerzo ha sido baldío, porque es una iglesia de cemento, a prueba de fuegos, construida con materiales incombustibles. ¡vaya chasco!

Hay que ver con lo fácil que los pirómanos profesionales queman montes o con la facilidad que los bomberos de Farenheit 451 quemaban libros, por pitos o flautas, no hay forma de quemar iglesias.

Y bien que lo siento, aunque no pierdo la esperanza, si alguien sabe de una iglesia de madera, le ruego que me manden recado y les aseguro que cumpliré con mi deber de rojo recalcitrante. Lo llevo en la sangre, seguramente heredado de aquellos del 36.

Todo ha surgido por la defensa que el trifachito madrileño hace del gran pirómano maníaco del siglo XX. Sí, hablo del traslado de los restos del mayor genocida español del siglo XX: Franco. Éste si que era una verdadero pirómano, quemó esperanzas, quemó la justicia y la razón, quemó la democracia, quemó la verdad y la libertad, quemó el orden constitucional, quemó la vida de los rojos, de los homosexuales, de los débiles, y dejó más de 120.000 cadáveres desparramados por cunetas y lugares inadecuados.

Y sin embargo, ahí le tienen, todavía en un mausoleo –espero que por poco tiempo--, en una basílica, defendido por la derecha española, esa que se forjó sobre las cenizas de los castigados y desaparecidos en la posguerra. Y es que, no pueden remediar ser lo que son, por mucho que lo nieguen. En cuanto tienen ocasión vuelven al pasado, para defender su causa, aunque lo nieguen.

Por cierto, que todo casa, después de lo visto por estos peperos, ¿a alguien le puede extrañar que el tal Almeida prefiera ayudar a reconstruir Notre-Dame que a apagar el fuego en la Amazonía? Y es que este mundo está lleno de pirómanos, aunque algunos como yo sólo seamos aficionados.

Salud y República