14 diciembre 2022

Adiós, Kabila, adiós

 Ha llegado el momento. Sí, triste y alegre a la vez. Hemos pasado dieciocho años disfrutando de esta segunda vivienda que hoy ya no es nuestra. Razones varias, la distancia y otros factores que tienen que ver con la edad, han hecho que debamos dejar físicamente Kabila (así se llamaba esta finca) con tristeza pero con determinación y con los mejores recuerdos nos vamos de aquí.

Kabila ha sido nuestro reducto. A un kilómetro del Parque Natural de ‘Els Ports’ y a treinta del mar, ha sido un cobijo natural donde hemos disfrutado durante más de tres lustros de forma intermitente.

Dieciocho años. Mucho y poco tiempo. Intenso y tranquilo. Sí, un periodo importante que ha llenado la última parte de nuestras vidas. Allí, en esa Cataluña que muchos maldicen y que para nosotros ha sido un bálsamo, un verdadero descanso, un placer.

De un pequeño reducto, poco a poco, fuimos creando una casa placentera, grande, con porche y con garaje. Fue una obra que ha llegado a albergar a toda la familia, hasta nueve adultos y cinco nietos. Hijos, nietos, nuera, yernos y, en otras ocasiones, amigos. Como una casa rural que hoy se convierte en recuerdo.

Ha sido mucho lo vivido, lo sentido, lo ocurrido en Kabila por Lola y por mí, durante estos años.

Hacia el norte la sierra con el Mont Caro despuntando, hacia el sureste Tortosa y más allá el Ebro y el Mediterráneo. Y dentro, en la finca: olivos, almendros, algarrobos, pinos.

Un Parque Natural donde he corrido, caminado y donde he llegado a perderme, literalmente. Caminos y senderos salvajes llenos de árboles, de rocas, cuestas con un fondo de montañas con matices verdes, grises y marrones, incomparables. Montes tranquilos llenos de aire, luz, viento y sol. Donde el aroma de sierra llena el espacio. Un verdadero remanso capaz de tranquilizar al más agitado, o de hacer creer en la naturaleza al más urbanita.

Y qué decir de ese mar que se encuentra al lado de la desembocadura del Ebro. Esas playas a la derecha del río, desde la Isla de Buda hasta San Carles de la Rápita, anchas, largas y vacías, donde los arrozales te rodean durante muchos kilómetros antes de llegar. La playa de Eucaliptus, la de Trocadero y otras, tienen más de quince mil metros de arena fina y de olas manejables. Donde en pleno agosto sobra espacio para bañistas con sombrillas, niños, perros y tiendas de campaña.

Y siendo importante todo, no puedo por menos que recordar con preeminencia y cariño, mucho cariño, todas las personas que nos han acompañado en este largo viaje. Primero nombraré a mi vecina preferida, Mireia, que con su generosidad, ayuda y cariño ha sido siempre un soporte para nosotros, una amiga de verdad, con la que no tenemos sino agradecimiento por su disponibilidad constante y por esos ratos juntos, donde hemos compartido charla y alguna que otra comida.

Gracias a Mireia hemos conocido a amigos comunes y a su familia, así como a un personaje digno de mención principal. Me refiero a Musta, marroquí que nos ha ayudado a podar y limpiar la finca en alguna ocasión y que junto a su familia nos invitó hace días a una cena de despedida digna de un magnate. Menudo cuscús, una maravilla junto a una buena ensalada y a un postre gratificante.

Qué historia la de Musta, que cruzó en los bajos de una camioneta el Mediterráneo, para llegar a Almería, hace ya dieciséis años. Le costó más de mucho tiempo conseguir los papeles de residencia, hoy casado y con dos niñas, es un trabajador a tiempo totalísimo pero que ve cómo ha conseguido tener una vida mejor que la que le regaló su nacimiento.

Ha habido otros amigos conocidos aquí a los que nos gustaría dar las gracias, Agustí, el paleta que fue haciendo la casa, a nuestra medida, durante años. Ándres, el fontanero y electricista, un profesional como la copa de un pino que se ha convertido en un amigo querido y no sólo por su oficio. Y Xesca, la escritora de la zona, que nos ha regalado más de uno de sus libros y con la que hemos compartido más de una comida junto a los Pekos.

Qué decir de mis queridos amigos los Pekos, por los que descubrí esta tierra donde ellos vivian ya hacía años. Fueron una de las causas por las que vinimos, quizá la más importante, y sin ellos no se podría explicar nuestra estancia en estas tierras. El Peko trabajó conmigo durante muchos años y luego prejubilado se vino aquí. Años después llegamos nosotros, y ellos fueron nuestra guía. Gracias a su conocimiento de la zona, nos llevaron a pueblos, playas, lugares del Baix Ebre, y nos presentaron a gente local. Gracias a ellos, hemos conocido restaurantes, bares , paisajes y zonas de Tortosa y alrededores. A ellos se unen sus hermanos, Pepe ‘Tomba’ y Carmina. Con los cuatro hemos comido, hemos ido de excursión, hemos reído y penado, hemos pasado días memorables. Por recordar algunos acontecimientos: las reuniones en alguna de nuestras fincas para comer calçots o para celebrar algún cumpleaños. Nuestras risas, en más de una ocasión, por ejemplo cenando en ‘Torrente’, han dejado huella en Tortosa. Sólo hay una palabra que pueda expresarlo: inolvidable.

Aquí, a Kabila, han venido amigos a disfrutar de este paisaje, de esta zona junto a nosotros. ¡Y qué bien lo hemos pasado! Gemma y Paco, Roberto y Montse, Pepe y Maite, Santi y Herminia, Manolo y Naci, José Manuel y Mercedes o Carmen Lacambra, entre otros. Este sitio ha sido un punto de descanso para nuestra gente.

Ahora toca hablar de la familia. Todos nuestros hijos y nuestros nietos han pasado tiempo en Kabila. Es más, para mi hijo mayor y su familia, éste ha sido el lugar de sus vacaciones, durante casi todos los años, han disfrutado y han vivido en este entorno con placer. Sé cuánto sienten no poder volver, pero seguro que les quedarán recuerdos perdurables.

Con hijos, nietos y demás familia hemos pasado momentos gratificantes, anécdotas únicas. Recordaremos siempre a todos cuando estaban en Kabila. El encuentro de Lucía con dos años, al conocer al Peko. Una carrera con mi nieta mayor Paula. Los entrenamientos con Aída y Carmen, las excursiones con Curro y Javi a Els Estrets, Horta de Sant Joan y Valderrobres. Las comidas y cenas de verano de Fale, Vane y los niños, Fran con un chichón de mucho cuidado hecho en las escaleras, días de playa con Carmen, Alba y los demás. En fin, recuerdos que permanecen y permanecerán como fotos imborrables.

Además, han pasado por aquí otros miembros de la familia. Mis cuñadas Antonia y Quica, mi hermana Aurora con José Mari, y los sobrinos Gloria, Dani y Manolo con sus familias.

No quiero olvidarme de Rosendo, mi querido cuñado que pasó con nosotros mucho tiempo, durante varios años, y con el que hemos convivido con gusto y tranquilidad, y compartiendo su buen humor.

Y esto es todo. Mejor diría que es una pequeña parte, porque es difícil explicar en mil palabras todo lo vivido y sentido durante dieciocho años. Hoy, recordando este tiempo, siento añoranza. Es mucho tiempo de disfrute, pero sin embargo sé que ha pasado el tiempo de Kabila y que hay que mirar adelante. Llevaré a Kabila siempre dentro, pero desde Rivas. Gracias a todos los que han compartido con nosotros este viaje, porque todos han contribuido a hacernos la vida mejor.


Salud y República


28 julio 2022

Un hombre bueno: Luis Escriñá

Se veía venir y ocurrió. Ayer, mi amigo José Manuel me ha llamado y me ha dado la noticia. Luis, Luis Escriña, se ha ido. Eran muchos años los que llevaba herido de muerte. Un maldito ictus le prendió con ganas, y poco a poco ha ido marchitándolo. Hoy ya es historia.

Luis era grande, muy grande. No he conocido a nadie que sin pudor, pero sin inquina, fuera capaz de transmitir tanta energía de forma tranquila, sosegada, sin alzar la voz, pero con contundencia, con fuerza y con verdad, sobre todo con su verdad.

Conocí a Luis, en Rivas, por los años 83 u 84, y enseguida congeniamos. Nos unían muchas cosas, pero la mecha que encendió nuestra amistad fue nuestra afición a correr. Y sí, empecé a recorrer Rivas con él, cuando este pueblo apenas tenía tres o cuatro mil habitantes, entre matojos y yesos, entre piedras y caminos cubiertos de matorrales. Y juntos reíamos, charlábamos, cantábamos, por el camino hacia el casco viejo, siguiendo una vereda al lado de la vía del tren de Arganda, que todavía funcionaba.

Después, a nuestras carreras se unieron Jesús, José Manuel, Carlos, Rogelio, Antonio y algún otro que no recuerdo. Un grupo que recorría los Cortados a menudo, que daba la vuelta al municipio por placer y cuya amistad creció con las zancadas.

De ese grupo, Luis era quien corría mejor, sin quererlo nos vacilaba. Mientras que los demás íbamos con esfuerzo subiendo y bajando los caminos, él no se conformaba y subía o bajaba por los laterales sin pestañear y de forma natural. A veces, en verano, se desnudaba y corría en pelotas, fundiéndose con la naturaleza, diría él. Siempre hacía lo que le venía en gana, con la pericia, la valentía y la voluntad de un ánarquista redomado. Y sin hacer daño a nadie.

No olvidaré el día, uno de tantos, que salimos a correr con mi perra. Y, sin saber ni cómo ni por qué, en un acto extraño, Laika, se puso delante de la vía dejándose atropellar por el tren de Arganda, ese que decían que pitaba más que andaba. Él me consoló y seguimos corriendo, su compañía y su presencia me ayudaron a pasar el trago.

Luis, amigo, te aseguro que en esos miles de kilómetros, que fueron muchos, me enseñaste muchas cosas. Me alejaron un poco de la competitividad, de la que tú eras enemigo, me hicieron amigo del hombre más vitalista que he conocido. Un hombre al que no había que recordarle lo que es el ‘carpe diem’, porque lo practicaba de manera instintiva.

Últimamente teníamos menos contacto y cuando te veía, intuía que el tiempo no perdona y que tu deterioro era mayor. ¡Qué tristeza!, tú, que tanto has hecho por vivir, que tanto has luchado por pervivir, que tanto has soportado para sobrevivir, hayas tenido que malvivir sufriendo a la fuerza, a pesar de tus empeños inútiles para tratar de revertir la situación.

Eras una persona buena, pero nunca dejaste de criticar lo que sentías injusto. En tu trabajo, en la Escuela, en el Ayuntamiento, con los amigos, pero siempre ayudando. Yo mismo he sido, en ocasiones, blanco de esas críticas, con fundamento, con fuerza, sin resentimiento, sin rencor. Con tu arma favorita: la ironía.

He seguido tus pasos, aunque últimamente menos, y puedo decir con orgullo que tú has sido un maestro de vida. Hoy, que ha ocurrido el final, estarías orgulloso de ver a Lola y a mis hijos e hijas, los seis, llenos de tristezas y lágrimas por ti. Y así, estoy seguro, todo el mundo que te conoce y te quiere. Has hecho algo que pocos pueden: ‘Dejar huella’. Estoy convencido de que muchos ripenses están conmocionados, a pesar de que se esperaba el desenlace.

Pero todos, tu familia, tus alumnos, tus amigos, tu gente tiene en su historia páginas inolvidables vividas contigo. Eso nadie nos lo podrán quitar. Hay que ver cómo te quieren, por ejemplo, en Aspadir, donde estos últimos años has acudido como paciente.

Gracias amigo, por todo, por ser como eras, por lo que nos enseñaste, por tu vitalidad. Y te aseguro que has sido para mucha gente un ejemplo, parte importante de nuestra biografía, hemos aprendido contigo que la vida es para vivirla, para beberla con pasión, para disfrutarla. Lástima que cuando mejor estabas, hace unos quince años, te haya privado de disfrutar. Hoy sufrimos el desenlace, ¡Qué injusto este último periodo!

Mi pésame profundo para Capi, su buena y querida compañera que tanto le ha cuidado siempre. Y a su hija Estrella y demás familia.

Y a ti, Capi, que has sido su pareja durante tantos años y sé que lo estarás pasando mal, te deseo lo mejor. Imagino tu tristeza y tu pesar, pero ahora sólo tienes una cosa que hacer: ‘Vivir por ti’. Y aquí estamos, si es preciso, para ayudarte. Un beso y hasta siempre.