28 julio 2022

Un hombre bueno: Luis Escriñá

Se veía venir y ocurrió. Ayer, mi amigo José Manuel me ha llamado y me ha dado la noticia. Luis, Luis Escriña, se ha ido. Eran muchos años los que llevaba herido de muerte. Un maldito ictus le prendió con ganas, y poco a poco ha ido marchitándolo. Hoy ya es historia.

Luis era grande, muy grande. No he conocido a nadie que sin pudor, pero sin inquina, fuera capaz de transmitir tanta energía de forma tranquila, sosegada, sin alzar la voz, pero con contundencia, con fuerza y con verdad, sobre todo con su verdad.

Conocí a Luis, en Rivas, por los años 83 u 84, y enseguida congeniamos. Nos unían muchas cosas, pero la mecha que encendió nuestra amistad fue nuestra afición a correr. Y sí, empecé a recorrer Rivas con él, cuando este pueblo apenas tenía tres o cuatro mil habitantes, entre matojos y yesos, entre piedras y caminos cubiertos de matorrales. Y juntos reíamos, charlábamos, cantábamos, por el camino hacia el casco viejo, siguiendo una vereda al lado de la vía del tren de Arganda, que todavía funcionaba.

Después, a nuestras carreras se unieron Jesús, José Manuel, Carlos, Rogelio, Antonio y algún otro que no recuerdo. Un grupo que recorría los Cortados a menudo, que daba la vuelta al municipio por placer y cuya amistad creció con las zancadas.

De ese grupo, Luis era quien corría mejor, sin quererlo nos vacilaba. Mientras que los demás íbamos con esfuerzo subiendo y bajando los caminos, él no se conformaba y subía o bajaba por los laterales sin pestañear y de forma natural. A veces, en verano, se desnudaba y corría en pelotas, fundiéndose con la naturaleza, diría él. Siempre hacía lo que le venía en gana, con la pericia, la valentía y la voluntad de un ánarquista redomado. Y sin hacer daño a nadie.

No olvidaré el día, uno de tantos, que salimos a correr con mi perra. Y, sin saber ni cómo ni por qué, en un acto extraño, Laika, se puso delante de la vía dejándose atropellar por el tren de Arganda, ese que decían que pitaba más que andaba. Él me consoló y seguimos corriendo, su compañía y su presencia me ayudaron a pasar el trago.

Luis, amigo, te aseguro que en esos miles de kilómetros, que fueron muchos, me enseñaste muchas cosas. Me alejaron un poco de la competitividad, de la que tú eras enemigo, me hicieron amigo del hombre más vitalista que he conocido. Un hombre al que no había que recordarle lo que es el ‘carpe diem’, porque lo practicaba de manera instintiva.

Últimamente teníamos menos contacto y cuando te veía, intuía que el tiempo no perdona y que tu deterioro era mayor. ¡Qué tristeza!, tú, que tanto has hecho por vivir, que tanto has luchado por pervivir, que tanto has soportado para sobrevivir, hayas tenido que malvivir sufriendo a la fuerza, a pesar de tus empeños inútiles para tratar de revertir la situación.

Eras una persona buena, pero nunca dejaste de criticar lo que sentías injusto. En tu trabajo, en la Escuela, en el Ayuntamiento, con los amigos, pero siempre ayudando. Yo mismo he sido, en ocasiones, blanco de esas críticas, con fundamento, con fuerza, sin resentimiento, sin rencor. Con tu arma favorita: la ironía.

He seguido tus pasos, aunque últimamente menos, y puedo decir con orgullo que tú has sido un maestro de vida. Hoy, que ha ocurrido el final, estarías orgulloso de ver a Lola y a mis hijos e hijas, los seis, llenos de tristezas y lágrimas por ti. Y así, estoy seguro, todo el mundo que te conoce y te quiere. Has hecho algo que pocos pueden: ‘Dejar huella’. Estoy convencido de que muchos ripenses están conmocionados, a pesar de que se esperaba el desenlace.

Pero todos, tu familia, tus alumnos, tus amigos, tu gente tiene en su historia páginas inolvidables vividas contigo. Eso nadie nos lo podrán quitar. Hay que ver cómo te quieren, por ejemplo, en Aspadir, donde estos últimos años has acudido como paciente.

Gracias amigo, por todo, por ser como eras, por lo que nos enseñaste, por tu vitalidad. Y te aseguro que has sido para mucha gente un ejemplo, parte importante de nuestra biografía, hemos aprendido contigo que la vida es para vivirla, para beberla con pasión, para disfrutarla. Lástima que cuando mejor estabas, hace unos quince años, te haya privado de disfrutar. Hoy sufrimos el desenlace, ¡Qué injusto este último periodo!

Mi pésame profundo para Capi, su buena y querida compañera que tanto le ha cuidado siempre. Y a su hija Estrella y demás familia.

Y a ti, Capi, que has sido su pareja durante tantos años y sé que lo estarás pasando mal, te deseo lo mejor. Imagino tu tristeza y tu pesar, pero ahora sólo tienes una cosa que hacer: ‘Vivir por ti’. Y aquí estamos, si es preciso, para ayudarte. Un beso y hasta siempre.