Lo hemos descubierto. Hay tarjetas extrañas, tarjetas de
crédito de uso particular. Eso quiere decir que nuestra cultura financiera es
pobre, paupérrima. ¿Cómo no hemos sabido antes que cualquiera puede usar la
tarjeta de otra persona de forma natural?
Lo grave de esto es que los comercios y empresas sí que lo
sabían y, sin embargo, a la gran mayoría de los clientes nos hacen enseñar
nuestro documento de identidad –como creíamos que debería ser--, demostrando
que nos discriminan.
Porque, gracias al juicio real de Palma hemos descubierto
que la infanta Cristina tenía una tarjeta que no conocía, y que para más inri
no sólo no la utilizaba, sino que la utilizaban otros. Bien su marido, el
empalmado, o bien alguno de sus empleados fantasmas. Y todo ello sin contar con
Hacienda. Ella simplemente ha actuado de ‘mujer florero’.
La tarjeta era de la empresa Aizoon, una empresa cuyos
titulares al 50% eran la infanta Cristina y su marido Iñaki Urdagarín. Por lo
que, como no puede ser de otra manera, a la infanta se le asignó una tarjeta de
empresa a su favor, ¡faltaría más!
Bueno, pues con esa tarjeta a favor de la infanta Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima
Trinidad de Borbón y Grecia, y que ella desconocía, resulta que se ha comprado
en supermercados, se ha contratado un safari, un curso profesional para la
infanta y 1357 euros en vinos (¡Lógico!, no vamos a pretender que la
aristocracia beba por debajo del Vega Sicilia), entre otras menudencias.
Es de notar que para pagar
con la tarjeta (al menos las que no son de la realeza) si se utiliza
personalmente, se necesita, en primer lugar, una identificación del titular y
luego un pin o en su defecto la firma del titular. Lo que nos hace pensar que
algo ha fallado.
En primer lugar, si quien la
utilizó no era la infanta, como han dicho los acusados, quiere decir que
alguien se ha hecho pasar por la infanta (suplantación de personalidad) y que
además o bien ha falsificado su firma o bien sabía su pin. Lo que no sabemos es
si el impostor o la impostora tuvo que disfrazarse de infanta o simplemente la
susodicha tiene una doble al servicio de Aizoon, que todo podría ser.
En fin, todo es posible, todo
menos que una persona de la formación de la infanta –que nos ha costado una
pasta--, se haga la longuis y diga que no sabía nada de nada, que ella pasaba
por allí y que todo lo supervisaban desde la casa de papá. Es difícil de creer,
además de que hay que recordar que la ignorancia de la ley no exime de su
cumplimiento. Y desde luego, el o la propietaria de una empresa al 50% tiene
responsabilidad sobre los posibles delitos que se pudieran cometer. Por cierto,
que a las juntas de la sociedad, que son preceptivas, dicen que nunca iba,
aunque sí que firmaba las actas. Por lo menos: curioso, y casi paranormal.
Y es que es difícil seguir
los designios de una institución que se hereda, solamente comprensible porque
está señalada por los dioses y es ajena a los súbditos. Esperemos que, a pesar
de todo (incluido fiscal y abogada del Estado) la justicia demuestre aquello
que tantas veces nos niega: que es igual para todos.
Salud y República
1 comentario:
Vale, pero...
Nos encanta ver a una hija y hermana de rey en el banquillo, ante la justicia, ahora lo que hace falta es que se haga, pero por ahora la cosa está bién ante la mirada del mundo.
Salud
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