En primer
lugar, no quisiera tener hoy, día de las mujeres, ningún tipo de protagonismo,
por lo que humildemente escribo esta entrada sin otro objeto que reconocer unos
hechos cuya desigualdad hace que las mujeres estén de huelga y empiece una
etapa profunda, y ojalá que definitiva, que consiga la igualdad de derechos.
Pertenezco
a una generación machista. Sin duda, machista. De un machismo exagerado que
unido al papel que le hicieron, a la fuerza, jugar a la mujer en este país
durante la dictadura franquista, agudiza la cuestión.
Fuimos
impregnados con un barniz machista asqueroso, que hoy todavía nos dura a pesar
de nuestros esfuerzos porque desaparezca. Hablo de principios de la segunda
mitad del siglo XX, donde la mujer era, prácticamente, un objeto, o en el mejor
de los casos un ser inferior.
Con la
victoria franquista, las conquistas de la República, que empezaban a dar
relieve e igualdad en sus derechos a la mujer, quedaron congeladas cuando no
retrocedieron siglos. Es verdad que la dictadura criminal nos condenó a los
vencidos a ser seres sin opinión, ovejas forzadas de un rebaño
nacional-católico, pero las mujeres llevaron la peor parte.
Una mujer
en los años cincuenta y sesenta no era mayor de edad hasta los 23 años. No
podía abrir una cuenta corriente sin el consentimiento del 'macho protector'. Su misión era
servir al hombre. Una mujer soltera con relaciones sexuales era una puta, si estaba casada las relaciones fuera del matrimonio estaban penadas por el código civil, mientras que el hombre que cometía adulterio era un ‘hombre’, un macho alfa,
algo que se veía normal. La sumisión de la mujer era total. Los malos tratos
existían, era algo conocido y casi consentido, lo que no había era la
posibilidad de denunciarlos.
En todo,
hasta en sus más continuas tareas era considerada algo subordinado. Las mujeres
eran las que cocinaban, sin embargo quienes dominaban el mundo de la cocina
eran los hombres, los cocineros. Recuerdo que se comentaba con orgullo: ellas
cocinan más, pero los hombres son los mejores cocineros. Igual pasaba en el
campo de la costura. Las mujeres cosían, sin embargo, el prestigio y el dominio
en la moda era de los modistos, de los hombres.
Y tantos
otros ejemplos… Baste decir que la mujer para obtener ciertos documentos o
trabajos, debía hacer el Servicio Social. Una especie de canon que pagaban las
mujeres al Estado –al igual que los hombres cumplían el Servicio Militar— donde
se las instruía a ser la mujer de. A servir a su macho. Desde el Estado se creó
por Pilar Primo de Rivera, la hermana del fundador de la Falange, una especie
de ministerio femenino llamado Sección Femenina, donde la mujer aprendía a
someterse al marido, al padre, incluso a los hijos de cierta edad. Donde las enseñaban a servir a su macho y todo su objetivo era ser su esclava en la casa y en la cama.
No. Tenemos
que avanzar. Es verdad que ya no estamos como hace sesenta años, pero todavía
podemos, todos, observar, como hay una desigualdad profunda entre los derechos
del hombre y de la mujer. No cabe duda. Los micromachismos son hoy algo común.
Cualquier hombre podemos cometerlos, sobre todo si pertenecemos a una
generación donde nos educaron para ser machos y no personas.
Y sigue habiendo cuestiones muy graves. ¿Acaso nadie se pregunta por qué en los conflictos de
pareja, en la casi totalidad de los casos, el hombre es el verdugo y la mujer
la víctima? ¿Por qué las bandas juveniles de peligrosidad social están
compuestas casi en absoluto por hombres? ¿Por qué un hombre, por el mero hecho
de serlo, gana un 20% más de salario haciendo las mismas funciones que una
mujer? ¿Por qué sólo el 8% de los componentes de los consejos de administración
de las grandes empresas son mujeres? ¿Quién es hoy, todavía, quien lleva
adelante las mayores tareas de la casa y el cuidado de los niños? ¿Por qué,
todavía, las palabras están cargadas de discriminación negativa en el caso de
la mujer? ¿Por qué se penaliza laboralmente a la mujer por el mero hecho de
poder ser madre?
Hay que
acabar con esta lacra. Yo, para empezar, a vosotras mujeres, a las de mi
entorno y a todas, quiero pedir perdón, por todo lo que he podido ofenderos en
mi vida, perdón porque no he sido capaz de luchar con todas mis fuerzas por
defenderos, porque seguramente todavía me queda algo de ese barniz que me
inocularon en mi educación, en el colegio, en el entorno, en casa. Porque no os
lo merecéis, porque un mundo con vosotras en igualdad, no tengo duda de que
será mejor. Ojalá que la huelga de hoy sea el principio del fin y, emulando a
Allende deseo que más pronto que tarde se abran las alamedas por donde pase la
mujer libre para construir una sociedad mejor.
Salud,
República e Igualdad de derechos entre mujeres y hombres
1 comentario:
¡A por ellos...los derechos...!
Salud
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