Después de muchos años de contactos puntuales, un día nos llamó hace unos dieciocho años y apareció por nuestra casa del Baix Ebre. Desde entonces hasta poco antes de la pandemia, nos acompañó cada vez que volvíamos. Mi cuñado Rosendo pasó mucho tiempo allí. Recuerdo que llevaba en un cuaderno la cuenta y hablaba de unos noventa o cien días al año allí, durante esa época.
Había estado desaparecido y despegado de nosotros gran parte de su vida, hasta que se jubiló y busco un lugar. Fue bienvenido y allí ha vivido y disfrutado gran parte de su jubilación, que compartía con sus viajes a Andorra con sus amigos Ángeles y Jorge.
Rosendo fue un hombre peculiar. Vivió toda su vida haciendo excesos. Excesos de todo tipo. Un exceso de humor, capaz de sacar doble sentido a la vida con gracia. Excesos de los que presumía, por ejemplo de la cantidad de comida que engullía. Contaba con orgullo que una vez se comió ciento veinticinco calçots y la correspondiente parrillada. O, por ejemplo, le gustaba caminar y no, no lo hacía como la mayoría, él salía por la mañana y se tiraba tres o cuatro horas andando. Su pasión deportiva era también excesiva. Su amor por el Barça era inigualable. Podías discutirlo todo, menos meterse con su Barça.
Este hombre de excesos, seguramente cometió errores excesivos, durante su vida, pero también era generoso en exceso. Me reconoció muchas veces que se había equivocado y que si se había encontrado solo en algún momento entendía el porqué.
Con nosotros fue siempre uno más que nos acompañó con cariño. ¡Cuántas películas hemos visto Lola y yo con él y cuantos partidos hemos disfrutado juntos! Creo que vivió una época feliz durante ese tiempo y que fue capaz de expiar sus excesos pasados.
Hemos vivido juntos muchos momentos, desde cortar leña, a hacer excursiones por el Delta o comer fuera junto a nuestros amigos los Pekos y los Tomba. Eso sí, había pasado la época de los ciento veinticinco calçots y comía como los demás. Había llegado el momento de serenarse y de calmar esos instintos excesivos y lo supo hacer. Cambió y se volvió austero en sus modos, en todo menos en su amor al Barça y en sus extensos paseos.
Recuerdo cómo su compañía alegraba las reuniones que disfrutábamos con nuestros amigos. Cómo olvidar esas comidas con nuestra vecina Mireia, hoy también desaparecida, o esas calçotadas que tanto le gustaban, en nuestra casa o en la de nuestros amigos, Pekos y Tomba.
Estuvo allí con nosotros hasta que su salud le traicionó y le hospitalizaron en Barcelona, desde entonces ya no volvió al Baix Ebre, y sólo lo vimos en varias visitas que hicimos para verle a Barcelona.
Hoy, que nos ha dejado, le recordamos con cariño y le echamos de menos. Durante años disfrutamos con él y compartimos vida, que no es poco. Con nosotros fue un ser cariñoso, amable y humilde que jamás buscó confrontación y que ayudó en lo que pudo.
No puedo por menos que enviar mis condolencias a su familia. Mi recuerdo mayor va para su hija Montse que en los últimos años ha sido su lazarillo y ha cumplido con exceso (recordando a su padre) su labor filial. ¡Gracias, Montse!
En fin, ayer se fue y qué menos que recordarle con el cariño que él nos profesaba. Mis hijos y nietos están consternados y no le olvidan. Hoy es el sepelio y se va para siempre como él quiso. Sus hijos han respetado su último deseo: se va vestido de azulgrana. ¡Qué grande!
1 comentario:
Quienes nos han marcado con sus ideas, acciones o simplemente con su presencia, cuando se van, no lo hacen del todo. Se quedan acompañándonos mientras los recordemos, aunque sea de vez en vez a causa de un evento particular o simplemente por una brisa que llega. Me alegra reencontrarte en tus letras, Rafa, aunque sea por un motivo triste. Un abrazo
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