El futuro
del genocida –claro que le importa poco— es incierto. Parece que tiene contados
los días en el Valle de los Caídos –habría que empezar a llamarle el Valle de
la Ignominia--, pero no se sabe dónde irá. Su familia, hasta ahora, no ha dicho
ni pío y parece no tener el menor interés por el cadáver, gracias al cuál
tienen honra, condecoraciones, patrimonio y desvergüenza reconocida, aunque sea
un caso único de un país que se dice democrático.
A reconocer
la Memoria Historia, a tratar de hacer Justicia, a honrar a las víctimas
franquistas, a colocar al dictador asesino en su sitio, a poner a su familia
donde merece llegamos tarde. Llegamos muy tarde. Pero podemos llegar.
Y no tengamos
ninguna duda de quién son los franquistas. Les guste o no --porque tratan de
disimularlo salvo algunos a los que, aún sin quererlo, se les ve el plumero--,
no sólo son los que pertenecen a partidos relacionados con la Falange, con la
extrema-derecha marginal. También, dentro de los franquistas, hay muchos
peperos y algunos de pro.
Y es que
quieren comer con la boca cerrada. Soplar y absorber a la vez. Se dicen
demócratas y defienden y honran a Franco. Me refiero, como supongo que habéis
adivinado, al Partido Popular y a una Casa Real que no sólo no han condenado el
franquismo, sino que no piensan hacerlo y actúan a su favor. Gentuza que no ha
querido mirar atrás y ha dejado en las cunetas a decenas de miles de asesinados
que lucharon por la democracia, de la que hoy se benefician totalmente.
Las pruebas
son muchas y contundentes. Cargos institucionales a los que de vez en cuando se
les escapa su amor patrio al caimán genocida, como Hernando o Casado, y muchos
otros de menor rango. Y otros, que sin decirlo, demuestran su amor al Asesino,
sin pudor, escondiéndose y saliendo por la puerta de atrás.
Recordemos
la ignominia última del gobierno Rajoy. Su ministro de Justicia, Rafael Catalá,
mientras los representantes del pueblo español estaban echando a la basura, con
una moción de censura merecida, a M punto Rajoy, se dedicaba a tomar su última
decisión: Conferir el ducado de Franco a la nieta del genocida. Y el Rey,
calladito, no vaya a ser que… Porque debemos recordar que los títulos honoríficos
los debe dar el Rey, aunque sean firmados por el Ministro de Justicia de turno.
Todo un alarde democrático digno de franquistas de pro, aunque busquen excusas
para negarlo.
Ahora que
sabemos claramente dónde está cada uno, no cabe otra respuesta que suprimir
este ducado de nombre infame. Claro que eso lo tiene que hacer Felipe VI, y me
da a mí que no debe estar mucho por la labor. Lo que queda, en todo caso, es
hacer público, si así fuera, su negativa para dejar claro que sigue los pasos
de ‘papá-rey’, que jamás hizo la menor crítica a Franco y bien sabía a quién
debía su título de monarca.
No queda
otra que seguir cumpliendo la Memoria Histórica. Y si fuera el caso –que lo
es--, ampliar la ley para poder cumplir con todos los que hasta ahora –cuarenta
años de democracia, se dice pronto--, buscan Justicia y no venganza, Verdad y
Reparación. Es lo menos que debe hacer este gobierno socialista, y de paso podrá,
aunque tarde, dejar atrás esa desidia demostrada –salvo en el caso de Zapatero,
y sólo de forma parcial—por gobiernos anteriores de su color.
Adelante
con la salida de Franco del Valle de los Caídos, con la reconversión de este
fatídico monumento, con la quita de condecoraciones a los torturadores como
Billy el Niño, con la vuelta del patrimonio, adquirido por los Franco con
alevosía y malas artes, al Patrimonio Nacional, con la supresión de títulos
como el del Ducado de Franco, con las máximas facilidades para que todo aquel
que busque a algún desaparecido durante el franquismo pueda enterrarlo dignamente.
Que no nos
pase como otras veces. Sin parar, adelante, hay mucha gente esperando ver que
todas las víctimas de terrorismo tengan los mismos derechos --¿acaso la
actuación criminal de Franco no es terrorismo? Normalicemos este país.
Equiparémonos a Alemania o Italia, y no a Camboya.
Salud y
República
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