El racismo payo

Este país llamado España no se ha encontrado con que existen serios brotes xenófobos hasta que desde hace unos diez años han empezado a entrar en grandes cantidades los inmigrantes. Iberoamericanos, africanos o europeos del este, hoy, son parte de nuestra sociedad, guste o no, y su influencia se acrecienta al incrementarse su número y organizarse.

Mucho se ha hablado del racismo o la xenofobia de los españoles. No me extenderé en esto pues hay mucho escrito al respecto, simplemente diré que no somos diferentes a los otros ciudadanos de otros países del primer mundo. El racismo, desgraciadamente, es uno de nuestros peores defectos, basta leer los periódicos, escuchar las noticias o ver los telediarios y nos daremos cuenta de las noticias desagradables que genera. Por ejemplo, cuando hay un delito y el presunto delincuente es extranjero, ponen énfasis en su nacionalidad. Cuántas veces habremos escuchado noticias como ésta: Ayer noche en... se perpetró un asesinato, un ecuatoriano (o un marroquí, o un rumano) acuchilló a un joven de dieciocho años a la salida de una discoteca...

Hoy he leído que en un chiringuito de playa “Garfield” en Almería  se cobraba la entrada a los gitanos, y es de esto de lo que quiero hablar. Porque a diferencia de la xenofobia, este es un racismo que se ha dado siempre y entre personas que tienen la misma nacionalidad. Los gitanos conviven con nosotros de siempre, a pesar de haber sufrido expulsiones, ahí están. Tienen nuestra misma nacionalidad. ¿Por qué esa repulsa que existe entre ambas razas, la gitana y la paya? Como siempre el miedo tiene la culpa. El miedo a lo dispar, a unos valores distintos, a una cultura diferente.

Esa es la clave. Entre los gitanos, como entre los payos, hay gente de todo tipo, buenos y malos, altos y bajos, gordos y flacos, pero lo que nos asusta de los gitanos son sus costumbres diferentes, esos valores que comparten, a menudo, alejados de los nuestros. En definitiva, nuestro etnocentrismo nos hace creernos el ombligo del mundo y todo aquel que no comparta nuestros valores, simplemente, se le trata como inferior y se le rechaza.

A estos capullos del chiringuito, además de cerrarles el quiosco como ha hecho la Junta de Andalucía, les impondría una penitencia: convivir con gitanos durante un cierto tiempo y leer sobre sus costumbres. Para saber más sobre ellos, recuerdo un libro de cuando --en los tiempos de Maricastaña-- estudiaba Antropología Social, de Teresa San Román, titulado Vecinos gitanos. Creo que si se leyera bajaría mucho el nivel de rechazo que se tiene a ese pueblo.

Los gitanos han estado siempre ahí, viviendo su vida, con sus propios valores y sin integrarse, en la mayoría de los casos, con la cultura dominante, la paya. Y esto no es de ahora. Eso ha bastado para que se les marginara durante siglos.

Allá por los años cincuenta, yendo con mi madre a la compra al mercado de Barceló, en Madrid, en la puerta había una gitana con su niño en brazos pidiendo lismosna. Pasó una señora delante de ella y cuando le pidió que le diera algo, ella le preguntó: ¿Por qué no trabaja? A lo que la gitana le respondió: Señora, ¿me deja usted limpiar su casa?, la señora muy bien vestida y de buena apariencia, la miró y lo único que le pude escuchar es algo así como: ¡Aggg!; y siguió su camino.

Salud y República