Acabo
de descubrir mi verdadera vocación. Lo que agradezco a estos
muchachos de la derechísima, Isabelita y Nacho, que, gracias a los votos
de muchos madrileños y a la alianza que han alcanzado con Santi, nos
gobiernan desde hace un par de meses.
Y
es que me han descubierto un mundo nuevo. Yo, que de pequeño, quería
ser bombero, nunca pensé que mi fuerza y mi energía salieran a
contradecirme y a pasear cuando he escuchado a estos dos monstruos de
la política, la Díaz Ayuso y el Aguado. Con qué sencillez han
descubierto mi verdadera vocación, la de pirómano eclesiástico.
Porque yo, aunque ustedes no lo sepan, estoy dispuesto a quemar
iglesias, aunque sea sólo para ver cómo reaccionan estos
mandamases.
Por
cierto, ya tengo mis cerillas y mi papel de periódico. Y hoy he
comenzado a buscar iglesias por mi pueblo, Rivas, y es difícil, no
me lo ponen fácil. Que yo sepa hay dos, una en el Casco Viejo, la de
siempre, con su fachada clasicona. Y allí he ido, con mis bártulos
inflamables, pensando en prender fuego al edificio, pero mira por
donde, se me ha ocurrido mirar a la torre y he visto un par de
cigüeñas, que me han hecho renunciar. ¿Cómo voy a quemar un
edificio que tiene a esa familia de animalitos anidando allí? Y me
he marchado, confundido y frustrado.
Después
de mi fracaso, todavía con el ánimo quebrado, he ido en busca de la
otra iglesia. Más moderna, de apenas unos pocos años, y he probado
a encender una cerilla y prender un periódico, pero tras varios
intentos, he visto que mi esfuerzo ha sido baldío, porque es una
iglesia de cemento, a prueba de fuegos, construida con materiales
incombustibles. ¡vaya chasco!
Hay
que ver con lo fácil que los pirómanos profesionales queman montes
o con la facilidad que los bomberos de Farenheit 451 quemaban libros,
por pitos o flautas, no hay forma de quemar iglesias.
Y
bien que lo siento, aunque no pierdo la esperanza, si alguien sabe de
una iglesia de madera, le ruego que me manden recado y les aseguro
que cumpliré con mi deber de rojo recalcitrante. Lo llevo en la
sangre, seguramente heredado de aquellos del 36.
Todo
ha surgido por la defensa que el trifachito madrileño hace del gran
pirómano maníaco del siglo XX. Sí, hablo del traslado de los
restos del mayor genocida español del siglo XX: Franco. Éste si que
era una verdadero pirómano, quemó esperanzas, quemó la justicia y
la razón, quemó la democracia, quemó la verdad y la libertad,
quemó el orden constitucional, quemó la vida de los rojos, de los
homosexuales, de los débiles, y dejó más de 120.000 cadáveres
desparramados por cunetas y lugares inadecuados.
Y
sin embargo, ahí le tienen, todavía en un mausoleo –espero que
por poco tiempo--, en una basílica, defendido por la derecha
española, esa que se forjó sobre las cenizas de los castigados y
desaparecidos en la posguerra. Y es que, no pueden remediar ser lo
que son, por mucho que lo nieguen. En cuanto tienen ocasión vuelven
al pasado, para defender su causa, aunque lo nieguen.
Por
cierto, que todo casa, después de lo visto por estos peperos, ¿a
alguien le puede extrañar que el tal Almeida prefiera ayudar a
reconstruir Notre-Dame que a apagar el fuego en la Amazonía? Y es
que este mundo está lleno de pirómanos, aunque algunos como yo sólo
seamos aficionados.
Salud
y República
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