Me llamo Aylan y soy sirio. Tengo tres años. Mi padre y mi madre han decidido huir de la guerra y juntos con mi hermano de cinco años, Galip, se han puesto en camino.
La guerra es insoportable, hemos perdido amigos, la casa, parte de la familia y las bombas siguen cayendo. El Estado Islámico sigue causando la muerte. No había más remedio que huir. Por eso lo decidieron mis padres. Querían encontrar un mundo mejor.
Mi padre quiso hacerlo todo bien y trató de encontrar una salida. Se puso en contacto con su hermana, mi tía Teema que está refugiada en Canadá, quien trató de obtener un visado para mi familia. Imposible, tampoco Canadá quería ayudarnos.
Así es que no tuvimos más remedios que huir a la deriva. Llegamos a la costa turca, enfrente de la isla de Lesbos. Allí, gracias a una organización que negocia con la vida de los demás, conseguimos una lancha, una especie de goma hinchable donde, a cambio de lo poco que nos quedaba de dinero, nos dejaron montar a 17 sirios, todos refugiados.
Ya estábamos pensando en Grecia, cuando un golpe de mar dio la vuelta a la balsa, sólo mi padre pudo salvarse, mi madre, mi hermano Galip y yo nos ahogamos.
Hoy ya no soy, ya no estoy, y sin embargo me he convertido en el niño más famoso del mundo. Lleno portadas de periódicos, abro telediarios, mi historia se cuenta en todas las radios, pero yo ya no soy, yo ya no estoy, todo se ha acabado. Y la Europa cicatera seguirá viviendo en paz, sorda entre decenas de miles de refugiados, como mi familia, que piden ayuda, que tienen derecho a asilo pero a los que nadie hace caso. Mi aventura se ha acabado y por desgracia son muchas las historias como la mía que se repiten, mientras los gobernantes europeos se reúnen, quién sabe si para contar los muertos o para aprovechar sus despojos.
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Y Europa a lo suyo. Incólume, tratando de regatear mercancía humana. Son muchos, no caben, ¡qué canallas! Precisamente dando largas a un problema resoluble. Saben perfectamente del derecho que asiste a los refugiados, pero como es su costumbre, se las trae al pairo.
Ahí tienen al “gran Rajoy” al que le han pedido que admita a 5.800 refugiados y se niega a ir más allá de 2.750, menos de la mitad. Un regateo intolerable. Algunos peperos han llegado a decir que ya no cabe más gente. Se trata de ayudar, de acuerdo a los derechos humanos, a una cantidad que representa el 0,017% de la población, uno cada 8.100 españoles, vamos ‘¡una barbaridad!
Y España no es el único caso en Europa. Se olvidan algunos países que Italia, Grecia y Turquía, que están sufriendo directamente las consecuencias de la cercanía con los países afectados, llevan 100.000, 200.000 y 800.000 refugiados acogidos, respectivamente. Otro ejemplo claro es Alemania, donde se espera recibir este año 800.000 solicitudes de asilo. Lo de Rajoy solo tiene un nombre: insolidaridad, o también insensibilidad, o criminalidad.
Qué fácil sería recordar nuestra historia y recordar que no hace tanto tiempo, nosotros, los españoles, tuvimos también nuestros refugiados, los que huyeron ante la crueldad esperada del ejercito golpista y de su general Franco.
Hablo de la generosidad que demostró el presidente mexicano Cárdenas, que admitió a 30.000 refugiados, o a otros episodios como el del barco Winnipeg, que por iniciativa del poeta Pablo Neruda, transportó a 2.200 españoles a Chile.
Pero, claro, la memoria no funciona, sobre todo cuando los refugiados españoles eran republicanos o comunistas, contrarios al régimen franquista del que son herederos los peperos.
Salud y República
3 comentarios:
Hay demasiada gente a la que la memoria no le funciona, que impotencia, que vergüenza ajena... :(
Salud
Es tremendo, es que no hay palabras. Se me encoge el corazón...
Réquiem por los que naufragaron buscando un lugar de paz.Lloré por ellos, pero el canto fúnebre se tornó en canto de esperanza cuando supe del alud de solidaridad de la gente corriente que abre sus brazos para acogerlos y darles calor humano.
Saludos.
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