Querido Peko:
Hoy, más que nunca quiero darte las gracias. Hoy que te has ido, necesito decirlo. ¡Ha sido tanto lo que nos has enseñado! Para muchos has sido un ejemplo, un modelo a imitar. Tu sonrisa, tu palabra, tu vida nos ha servido para encontrar momentos alegres, para compartir risas, llanto, emoción y felicidad. Muy grande la huella que has dejado. Una surco lleno de optimismo, generosidad, alegría y vitalismo.
Sé que físicamente no te veré más, pero te aseguro que siempre estarás presente. Y no sólo para mí. Han sido muchas las personas que conozco y que al enterarse me han hecho llegar su pesar. Empezando por mis hijos, familia, amigos, simples conocidos de aquí y de allá, de Madrid y del Baix Ebre. Todos te querían, todos te han disfrutado.
Tú, más que una persona, eras un personaje. Un personaje peculiar. Con tus costumbres singulares. Tu uso de la k en vez de la c, tu animadversión y rechazo a las máquinas infernales (tu llamabas así a toda máquina informática, como el móvil, el ordenador y demás artilugios ‘demoniacos’), tu bandera republicana expuesta en tu balcón desde hace muchos años, tu amor al nudismo que practicabas en cuanto podías, tu facilidad de acercarte a los demás sin cortapisas.
Te recuerdo en todos los ambientes en los que te he encontrado. Quién puede olvidar los buenos momentos que hemos compartido en Alitalia con Roberto y Gemma, o nuestros cabreos ante jefes injustos. Nuestros viajes a Roma (seguro que te acordarás que allá por los años sesenta me llevaste a una pensión donde había un tufo a alterne que quitaba el hipo), o aquellos posteriores que compartimos, primero a Amsterdam y años después a París.
Cómo olvidar al ingeniero de piedras que vivía allá en el Baix Ebre, en La Colina, aquel que nos invitaba a su casa, te recibía en pelotas y después de comer se levantaba a fregar los platos –era su gran contribución de ayuda a la Peka-- y a continuación se dormía la siesta, como obligación.
Qué decir de aquel sujeto (me refiero a ti) que visitaba Kabila y era capaz de comerse tres platos de judías o de compartir calçotada con sus hermanos y con nosotros. Eso sí, carne comías poca, porque bien que presumías de ser casi vegetariano –naturalmente a excepción del jamón, que para eso los cerdos comen bellotas--.
O cómo no recordar aquél día que en La Olivera, la finca de tus hermanos, fuimos a celebrar, con coña, una capillita que había puesto Carmina. Fuimos al encuentro con mi nieta Lucía –tenía dos años--, y que al verte desnudo, sólo vestido con una mitra y unos guantes de obispo, dijo aquello de: Jo, Peko, yo contigo lo flipo.
Qué agradable recordar nuestras comidas en Tortosa o nuestros bocatas en ‘Torrente’, o aquella excursión cuando un chino nos salió a ofrecer melocotones, cerca de Sant Blai. Cómo nos hemos reído, con ganas, con descaro. No puedo olvidar esa risa tuya de boca grande y esas lágrimas de gozo que nos provocaban y contagiaban.
Y también es para recordar nuestras comidas en Madrid, muchas de ellas con Gemma y Paco, donde tampoco han faltado los buenos y alegres momentos, nuestras risas clamorosas (sobre todo la de Gemma). En fin, no podremos repetirlo, pero de ninguna manera lo olvidaremos, y que quieres que te diga, que nos quiten lo bailao.
Podría extenderme mucho más, te lo aseguro, pero no quiero ser pesado y ojalá que esto sirva de punta de iceberg de todo lo que hemos vivido juntos, mucho y bueno, aunque nos hubiera gustado que fuera más.
No quiero dejar de hablar de otro personaje muy importante, sin el que tú no hubieras sido tú. Y ya sabes de quién hablo: La Peka. Tú, mejor que nadie, sabes lo que ha significado para ti. Casi todo. Ha sido tu soporte, ha llevado con dignidad y amor tu alegría y también tus excentricidades. Ha sido no sólo tu compañera, también tu máximo apoyo. Te ha cuidado, ha soportado tus ‘quistes’ y siempre ha estado ahí, contigo. Una prueba de su éxito como mujer ha sido sus hijos, a los que ha educado no sólo con cariño, también con libertad, dignidad y honestidad. Una familia modelo que siempre ha estado ahí y que hoy sigue unida y añorándote.Sin duda, tendría que hablar también de tu lado político y social, pero para no hacer más larga esta misiva me remito al artículo que te escribí hace cinco años.
Gracias, Peko. Por todo. Por habernos acompañado y habernos dado tanto. Si tuviera que definir lo que es un amigo lo haría con la palabra: Peko. Y déjame que me siga desahogando contigo, porque aunque no estés, estás. Y como dijo el poeta ...tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.
Salud y República