Érase una
vez una condesa-lideresa que vivía en un palacio situado en lo más granado de
una gran capital. Esta señora de alta alcurnia y bajos vuelos conocía desde
pequeñito a su amigo Arturito Fernández, con quien compartió colegio y juegos.
Allí debió de empezar el aprendizaje.
Esperancita
Aguirre, que así se llamaba la futura lideresa, se dedicó desde pequeña a la
política y a buscar un marido con linaje, lo que consiguió poniendo zancadillas
y creando una red mafiosilla que la había de entronar en lo más alto de la
capital.
Mientras
tanto Arturito, que había heredado una empresa de su abuelo, después de pasar doce
años para terminar Económicas –ya sabe todo el mundo lo duro que es esta
carrera— se hizo cargo de esa empresa de restauración. Y entonces fue cuando la
fusión entre el empresario y la política empezó a funcionar.
Valiéndose
de su amiga, Arturito trepó y consiguió llegar a ser presidente de la CEIM y
vicepresidente de la CEOE, así como consejero de CajaMadrid y Bankia. A llegar
a la cima también le ayudo su amigo y concuñado Gerardo Díaz Ferrán, ya saben
ese expresidente de la CEOE que, por sus buenas obras, hoy se encuentra en Soto
del Real.
Y Arturito
fue haciendo carrera. Se junto con el rey emérito y le asistió con pleitesía en
algunas de sus cacerías, contó con Ignacio González para continuar su carrera
meteórica y llegó a usar el sofá de El Pequeño Nicolás para sestear, mientras
soñaba con subir a los cielos. Sin embargo, quien siempre lo avaló, y a la que
debe mucho de lo que es, aunque ella lo niegue, fue su amiga la lideresa.
La última
prueba ha sido definitiva. En tiempos de Esperancita (y de su amor político:
Nacho González), una empresa pública (Avalmadrid) avaló a Arturito, en dos
ocasiones, unos préstamos. Algo difícilmente explicable, al menos para este
cronista. Nunca había visto que una empresa pública avalara a un empresario.
¡Ah! se me olvidaba, que había un retorno en aportaciones generosas y
‘desinteresadas’ al PP madrileño.
Y la cosa
se ha puesto fea, feísima. La mayoría de sus empresas están a punto de quebrar
o en concurso de acreedores y claro no puede devolver la deuda de 1,8 millones
de euros que le prestó Avalmadrid.
¡Pobrecillo!
Ahora resulta que Cifuentes, para que no le caiga encima otra gorda, quiere
recuperar ese dinero y parece que peligra la vivienda del interfecto. ¡Lo que
faltaba! Y es que no tienen corazón. ¿Alguien puede imaginarse al pobre
Arturito durmiendo en un cajero (supongo que le habrán retirado la tarjeta
black) o entre cartones? De amigo de Juan Carlos, íntimo de Espe y probador de
sofás de El Pequeño Nicolás, al más terrible desamparo.
¿Qué habrá
sido de sus coches de lujo (entre ellos un Maserati) y de todas sus
propiedades? Quién sabe dónde estarán. Desde luego, no han servido para pagar
sus deudas. Me tiene muy preocupado.
Perdonen,
pero no todos los cuentos terminan bien. Aunque quién sabe cuál será el final
de éste. Lo mismo Rajoy le nombra ministro de Turismo, por los servicios
prestados, y así podría salvar sus empresas de restauración. ¡Es lo menos! Aunque
no le ayuda mucho haber sido un protegido de Espe. Y, colorín colorado, este
cuento no ha acabado.
Salud y
República
1 comentario:
Al borde del vómito, lo único que puedo decir es, que se joda bien jodido y toda su camarilla con el...
Salud
Publicar un comentario