Todos los políticos implicados en causas espurias en general, deberían conjugar más el verbo dimitir, o en su defecto sus partidos deberían utilizar más el verbo cesar. Pero es que el caso del PP es tremendo. No hay nada que hacer, en ese partido no dimite ni dios. Y lo que es más grave ahí siguen sin que nadie los cese.
Para poder probar mi tesis me voy a referir a tres ejemplos:
La ministra Mato. Hablar de la dimisión de esta mujer es algo tan repetitivo como antiguo e inútil. Es difícil cometer más méritos que la Sra. Mato. Sus viajes, sus gastos de cumpleaños incluidos los confetis a kilos y su ceguera al no descubrir un jaguar en su garaje, todo ello pagado por los responsables de la trama Gürtel, son más que motivos para que hubiera dimitido o, en su defecto, la hubiera cesado el dios Mariano. Pues añadan ahora la gestión que ha efectuado en el caso Ébola. Una cadena de desastres que no tiene parangón, y ahí está, ahí la tienen. Hay que verla cómo presume de su gestión, ¡increíble! Una vergüenza. El PP la ha desautorizado nombrando a Soraya Saénz de Santamaría responsable del comité que se hace cargo del caso. Y Rajoy, como suele ocurrir, ni pío, dejando correr el tiempo a ver si escampa, aunque el hedor llegue a mil kilómetros a la redonda.
Otro caso, también emparentado con el Ébola es el del consejero de Sanidad de Madrid, Francisco Javier Rodríguez, que ha batido el récord de improperios, dislates e insultos contra Teresa Romero, la enfermera afectada por esa grave enfermedad. Y él, sin empacho, mientras se conocían múltiples errores por su incompetencia, se paseaba por todas las televisiones, diciendo que Teresa mentía, que era poco hábil para ponerse un traje, que no era necesario hacer un máster para ponerse el traje adecuado o que se había ido a la peluquería cuando estaba infectada. En fin, otro que no ha dimitido, otro que a pesar de que desde todos los lados, incluidos medios afines al PP y muchos de sus militantes, se lo piden, él aguanta con su cara de cemento. Y, mientras tanto, el presidente González no le cesa, algo increíble, inconcebible, cuando ha reconocido su persistente error.
Y qué decir del concejal de Madrid, del distrito de Hortaleza, Ángel Donesteve que además representaba al PP, en el Ayuntamiento, en la Comisión de Familia y Asuntos Sociales. Un tipo que ha despedido a la secretaria de su distrito, por el hecho de ser mujer con un hijo de dos años y que ha soltado la siguiente salvajada: “Ella prefiere conciliar su vida personal y familiar, pero yo necesito el máximo rendimiento y el máximo número de horas de trabajo que se puedan prestar” . Y se ha quedado tan pancho. Por cierto, reconoce que esta trabajadora ha sido honrada y hacía bien su trabajo, además de no haber pedido ningún derecho que le corresponde, como la reducción de jornada. La alcaldesa ha condenado y lamentado sus palabras, no obstante, el concejal no ha dimitido y lo que es más gordo, la alcaldesa no le ha cesado.
En fin, tres ejemplos que no son los únicos, bastaría, por ejemplo, mirar a la Comunidad Valenciana para recordar unos cuantos más.
Es necesario insistir en que los que cometen las tropelías no dimiten y que sus responsables tampoco les cesan. Lo que a mi modo de ver ocurre es que creen que cesar les crea mayores problemas ante los ciudadanos –siempre en clave electoral— que mantenerlos. Craso error porque ya saben ustedes que “muerto el perro se acabó la rabia”, si se mantiene con vida el hedor y la rabia se puede extender hasta la nausea total.
Salud y República
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