Eran jóvenes, un grupo de mujeres jóvenes en lo mejor de su vida. Unidas por la libertad, la solidaridad y la República. Deseosas de cambiar el mundo, de mejorar un mundo mediocre. Pero eran tiempos difíciles, tiempos sediciosos donde los traidores y rebeldes se habían hecho con las riendas.
Simplemente habían pertenecido a las Juventudes Socialistas Unificadas. La rama juvenil de los partidos socialistas y comunistas. Ese fue su delito. Y trataron de defender el orden democrático ganado con el sudor en unas elecciones libres. Porque las urnas les daban la razón, una razón que, a sabiendas, se saltaron los canallas rebeldes que nunca creyeron sino en sus viles intereses, en imponer sus privilegios.
No hicieron nada malo. Simplemente fueron coherentes con sus ideas. La guerra había terminado, pero empezaba la venganza, la tortura, el asesinato político, la injusticia. Y lo supieron aplicar contra lo mejor que había, con las rosas más dolorosas.
Traicionadas fueron cayendo y enviadas a la cárcel de Ventas, allá por la primavera de 1939, apenas acabada la guerra, cuando las proclamas de los mandamases traidores hablaban de nueva paz y de unión de los españoles.
Una excusa, cualquier excusa valía, propició un juicio rápido, ilegal, injusto y vengativo. El asesinato de un comandante de la Guardia Civil, de su hija y su chófer sirvió como coartada y excusa para que las condenaran a muerte. Aunque aquel asesinato se cometió el 29 de julio, y todas ellas estaban en la cárcel desde dos meses antes como mínimo.
Y esperaron hasta el último momento el indulto, un indulto que no llegó, a pesar de su inocencia, porque había nacido el Estado de la ignominia, de la crueldad y de la injusticia. Sí que llegó el 5 de agosto, y a la madrugada las transportaron al cementerio de la Almudena, a 500 metros de la cárcel, y allí junto a sus tapias las fusilaron, perpetrando uno de los más viles crímenes de la historia.
Así ocurrió el asesinato de las Trece Rosas, hace hoy 74 años, las rosas más dolorosas. Las rosas que nunca olvidaremos. Mi madre, testigo del hecho, estando con ellas en la cárcel, así me lo contó horrorizada y emocionada, y así lo cuento. Porque no podemos olvidar a los nuestros, porque sería una infamia que se corriera la cortina del ostracismo sobre ellos. No podemos permitir que nos sepulten nuestra Memoria Histórica, a pesar de que constantemente lo intentan.
Así terminaba Julia Conesa, una de las trece rosas, la carta que escribió a sus padres, horas antes de asesinarla:
¡Que mi nombre no se borre en la historia!
Que así sea.
Salud y República
P.D. Un estupendo documental sobre este acontecimiento aquí.
6 comentarios:
Querido compañero, no quiero faltar hoy para sumarme a este homenaje como cada año.
un abrazo
Para allí mismo me marcho ahora.
Un abrazo enorme y gracias por este precioso recuerdo.
Gracias, Rafa. Cada año espero tu post y nunca me defraudas. Un abrazo fuerte!
Rafa, en estas fechas siempre me acuerdo de tu madre. Un abrazo.
Salud, República y Socialismo
Este año había mucha gente y fue tan emotivo y emocionante...
Un beso, Rafael.
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