Bobby Fischer murió el jueves pasado a los 8 x 8 años. Era de esperar que un genio del ajedrez a la hora de un suceso tan importante dejara una marca propia de su amor por el escaque. Morir después de recorrer las sesenta y cuatro casillas de su vida.
Pero no sólo eso. Fischer ha vivido su vida como si jugara una partida de ajedrez. Con una apertura magnífica, un medio juego genial y sin necesidad de vivir un final, puesto que habiendo ganado abandonó, desapareció de este mundo, haciendo un paréntesis que dejo huérfano al ajedrez y con su recuerdo hasta que en 1992 volvió para ganarse a sí mismo con un exceso de exhibicionismo.
Fischer, a pesar de ser un niño prodigio –tenía más de 180 de C.I.--, no destacó de pequeño salvo en el ajedrez. Aunque si sobresalió en algo fue en esa indisciplina que siempre le acompañaría. Aprendió a jugar solo a los seis años y a los trece fue capaz de ganar al campeón de USA, Byrne en una partida genial que todavía se estudia por los aficionados al ajedrez.
A los catorce años consiguió el título de campeón de Estados Unidos. A los quince fue nombrado por Gran Maestro, máxima categoría que la Federación Internacional concede sólo a los jugadores que obtienen los puntos necesarios en Torneos Internacionales.
Bobby Fischer desde principios de los sesenta se convirtió en la “gran esperanza blanca” del ajedrez frente a los absolutos dominadores de este juego (piénsese que a durante los años sesenta, seis o siete de los diez primeros jugadores de ajedrez eran de la URSS), los soviéticos.
La gran oportunidad le llegó en 1972, cuando se clasificó brillantemente para jugar la final del campeonato del mundo que se celebró en Reykiavik, entre el americano y el ruso Spassky. Una oportunidad aprovechada por Fisher quien infringió una solemne paliza a su contrincante (aquí se puede encontrar la última partida del encuentro). Este encuentro en plena guerra fría fue algo más que un acontecimiento deportivo, la pérdida de la corona por la Unión Soviética se consideró un triunfo político y el principio de la decadencia soviética, desde la perspectiva occidental.
Después su rareza le condicionó y le apartó de la gloria, sin que pareciera que le importara demasiado. Aparecía, de vez en cuando, para hacerse notar, “per farsi vivo” que dicen los italianos. Demostraba su superioridad y se volvía a esconder. En 1992 le convencieron para echar una partida revancha con su contrincante Spassky, este último ya nacionalizado francés. El encuentro se celebró en Belgrado, en contra de la orden de aislamiento que la antigua Yugoslavia, en plena guerra, sufría por parte de USA. Volvió a ganarle con facilidad pero su comportamiento le hizo ser considerado traidor y buscado por el FBI.
Apareció de nuevo en 2004 y fue detenido por el gobierno japonés por el uso indebido de un pasaporte americano. Se expatrió en Islandia, donde, recordando el campeonato del mundo ganado, le recibieron con entusiasmo y le concedieron la nacionalidad de ese país.
Sea este mi homenaje, más que a Bobby Fisher, al ajedrez y a un personaje singular. Fisher fue algo más que un jugador, fue algo más que un genio. Su vida fue una partida de ajedrez de las suyas. Con altibajos, con jugadas brillantes, saliéndose de la norma, apartándose de la teoría conocida, buscando nuevos movimientos. Capaz de sacrificar fama y fortuna por tratar de imponer su voluntad, siempre en contra de todos los convencionalismos. Le recuerdo como icono de los sesenta y setenta en el mundo del ajedrez, donde demostró su superioridad sobre el reinado ruso, y por sus manías constantes de enfrentarse con el “establishment” en cualquier campo. Fue un individualista absoluto y nadie le importó salvo él mismo. Tuvo en su vida como en el ajedrez, blancos y negros, apertura, medio juego y final. Siempre ganó a su modo, salvo cuando, como en el Séptimo Sello, la muerte le dio el jaque mate final.
Salud y República
8 comentarios:
Leontxo García afirmaba el sábado, creo que en Radio Nacional, que están demostradas las virtudes del ajedrez en el desarrollo intelectual de los niños. Con una sola excepción: Si se convierte en una obsesión, que expulsa de la mente del joven cualquier otra actividad. En ese caso, los grandes jugadores se convierten en inadaptados sociales, que dilapidan su coeficiente de inteligencia en el arte de
jugar al ajedrez, sin saber jugar a la vida. Un saludo.
Si,ya me acuerdo perfectamente de él.
Si,ya me acuerdo perfectamente de él.
Estoy de acuerdo. El exceso que lleva a la obsesión puede hacer que el ajedrez se convierta en lo único. El ajedrez puede llegar a ser muy excluyente y absorve demasiado tiempo.
Sin embargo, estoy de acuerdo en que puede ser fundamental para el desarrollo intelectual de los niños. Sobre todo puede ayudar en la aplicación de la lógica y el método.
Salud y República
Rafa lo siento me ha salido dupe.
M.eugènia tienes todavía tics típicos de "airlines". Se ve que tú también limpiabas los "dupes" en las listas de pax antes de la informatización.
Salud y República
Hola Rafa,
Muy brillante retrato hecho indudablemente desde tu admiración por el hombre y tu pasión por el ajedrez..
Reconozco, ser profana en la materia..pero me has acercado el conocer mejor a ambos.Gracias!
Un beso.
Ja,ja,ja,es verdad Rafa,no había caído,debe ser por defecto profesional.Pues mira si,que es así pues el void de los tkt's a veces lo hago servir,han sido demasiados años,toda una vida y eso marca.
Publicar un comentario