23 marzo 2008

La literatura como terapia de la política (XXVI)

Costó un poco pero al final fue Adanero quien adivinó la obra de la semana pasada, otro conocido bloguero de esta bitácora que sube a la gloria de los triunfadores. Se trataba de Luis Mateo Díez y su obra La fuente de la edad.

Luis Mateo Díez es uno de los escritores españoles vivos que más me ha impactado. Desde que le descubrí allá a principio de los ochenta con su obra Las estaciones provinciales, he leído casi todo lo que ha publicado. Se trata de un escritor de la llamada escuela leonesa, donde lo local transciende hacia lo universal. El humor y la erudición son dos de sus armas constructivas que poco a poco, novela a novela, van formando ese territorio mítico a la manera de los grandes escritores, su Celama; como Márquez creó Macondo, Onetti: Santa María, o Rulfo: su Comala. Es miembro de la Real Academia y ha ganado en dos ocasiones el Premio Nacional de Literatura y de la Crítica (una vez con La fuente de la Edad). Tiene una característica típica en sus novelas, la elección de los nombres. Los nombres de sus personajes son casi desconocidos, a pesar de pertenecer la gran mayoría al santoral.

En La fuente de la edad, los componentes de una peculiar cofradía, con mayor dedicación a los placeres de la vida que a la penitencia, deciden ir en busca de una fuente que al beber de su agua, según un canónigo, proporciona la eterna juventud. Sus cuitas confrontando su mundo imaginario con el real configuran una de las mejores novelas, a mi entender, de finales del s. XX.

Y ahora pasamos al fragmento de esta semana:

Antes de llegar a Fez, jamás había puesto los pies en una ciudad, jamás había observado ese hormigueo ajetreado de las callejuelas, jamás había sentido en el rostro ese poderoso soplo, como el viento en alta mar, pero cargado de gritos y de olores. Es cierto que nací en Granada, majestuosa capital del reino de Andalucía, pero ya estaba muy avanzado el siglo y sólo la he conocido agonizante, vacía de sus hombres y de su alma, humillada, extinguida y, cuando salí de nuestro arrabal del Albaicín, éste ya no era para los míos más que un vasto campamento de barracas, hostil y desmantelado.

Fez era otra cosa y tuve toda mi juventud para enterarme. De nuestro primer encuentro, aquel año, no me quedan más que recuerdos borrosos. Me había acercado a la ciudad montado en una mula, lastimoso conquistador medio dormido…

Y no va más, estoy convencido que es suficiente, alguno ya la habrá reconocido. Ánimo, espero impaciente.

Salud y República

5 comentarios:

Gracchus Babeuf dijo...

Me suena a "León, el Africano", de Aamin Malouf. De cuando la novela histórica no era una producto de consumo rápido.

Pero hace mucho que lo leí...

RGAlmazán dijo...

D. Gracchus hace tiempo que no comentaba usted por aquí. Y además vuelve con buen pie. Efectivamente es Amin Maaluf y su novela Leon el Africano. Enhorabuena por su memoria.

Salud y República

Curro Corrales dijo...

Jooo, si apenas ha habido tiempooooo... es usté un abusón, D. Gracchus!

Gracchus Babeuf dijo...

Que conste que en otras ocasiones también me sonaba, y me he cortado, por cortesía. Que de abusón tengo poco, que la naturaeza no me dotó para tal destino.

Martine dijo...

Buenas noches Rafa,

Amin Malouf, libanés.. Fez... Granada...
Aquí sí tenía que haberlo recordado, pero llevo una temporada que no doy ni una...

Y Gracchus todo hay que decirlo con todos los honores acertó.

Un beso Rafa.

PD: Lunes es fiesta en esta Comunidad, pero el martes sín falta compro " Cor de llop"