En busca del personaje (17). La cultura como terapia

Pues ya llegó, ya está aquí. No no es Karina con “sus flechas del amor”, simplemente es algo mucho más importante: La terapia cultural. Como cada quince días, aquí estamos otro domingo más, éste hace el número diecisiete. Por si les gustan los números les diré que han pasado por esta sección, contando los cinco personajes de hoy, la friolera de 92 famosos, sin contar a los comentaristas que son mucho más ínclitos y apreciados que los que se citan en el texto.

La semana pasada, otro desmadre, todavía no sé cómo hay gente que se lo pierde. Dos horas de diálogos para besugos con sabia y refinada gracia añadida. En primer lugar, quiero dar las gracias a D. Jose, coordinador de la terapia pasada, que animó el cotarro e hizo lo imposible, hacer que entrara en juego “la motosierra” y lo que es más difícil, que acertara uno de los personajes. ¿Hay quién dé más?

A los cinco personajes, Jose añadió dos más, lo cual hizo que fueran siete los que había que acertar. Y, como siempre, fueron acertados. Y eran: Marconi, Mussolini, Moravia, Tiziano, Pasolini, Petrarca y Bocaccio.

Los acertantes fueron: Messié Adanero, que llegó a acertar cuatro de los siete –seguramente ayudado por el pato, la tostada y la motosierra—, mi querida condesita, Paco Piniella y la dichosa motosierra.

Y bien, una vez vista la historia del último episodio, pasemos al texto del de esta semana. Siguiendo con mi última manía, y por cuestiones de vaguería supina genética y adquirida, he pedido que lo coordinará esta semana uno de los comentaristas más frecuentes, ni más ni menos que el inconmesurable D. Fritus, apodado “El niño de la Isla”, y estoy convencido que sabrá codearse con los morlacos –con perdón, es una licencia poética-- que aparezcan por aquí.

Y recuerden, es simplemente un texto que sirve para introducir pistas, sin ninguna otra intención. Las fotos son pistas de dos personajes. Así es que, ahí va:

Había llegado cansado a casa. En el camino se había encontrado a Mario y se había entretenido. Francisco llegó a uno de esos adosados en los alrededores de Madrid. Se sentó a ver la televisión, ya había terminado el partido de Nadal y ahora empezaba el fútbol, el Villarreal contra el Valladolid, él era un seguidor del Madrid, pero le gustaba el buen fútbol. En el intermedio se puso a leer El amor en los tiempos del cólera que había dejado a medias y puso un disco de Albéniz. Cinco horas después terminó de leer a García Márquez, pero no tenía sueño, así es que decidió adelantar el ensayo que estaba escribiendo sobre Cervantes. En ese momento le sonó su Nokia. Era Jacinta la mujer de su amigo Miguel, que vivía en Santander, su marido había tenido un accidente que casi le dejó ciego, estaba en urgencias del hospital Agnus Dei. Quedó a la espera de noticias. No podía hacer nada.

Simplemente se puso a recordar cuando Miguel y él eran niños y allá en el pueblo de los abuelos en Extremadura, cazaban ratas o se levantaban para ver salir el sol, a las seis de la mañana y se iban a trillar con sus tíos. Ahora Miguel se había dedicado a la filosofía, daba clases en la Universidad, a pesar de que lo que mejor hacía era pintar, unos bodegones magníficos, pintura figurativa al estilo de los grandes maestros del claroscuro. Qué pasaría ahora si no podía volver a pintar, lo pasaría mal.

Cogió el teléfono, aunque ya eran las tres de la mañana y llamó al otro amigo común José, para comunicarle la mala nueva. Era político, diputado por León, pero siempre habían permanecidos muy unidos. Después desvelado, puso a Mike Oldfield, pero le entristecía y decidió poner la televisión, echaban un documental sobre Velázquez, Goya y las órdenes religiosas. Se dio cuenta que ya eran las cinco y se fue a dormir, era el veintiocho de diciembre, ¡Menudo día de los Santos Inocentes había comenzado!

Pues ahí queda eso. Sólo queda lo más facilito. Acertar. Pónganse a ello que D. Fritus les dirigirá el cotarro.

Salud y República