Este proceso también es duro, largo y difícil. El hecho de apostatar se ha convertido en una verdadera aventura inacabable en varias comunidades españolas. Por ejemplo: Valencia y Madrid. (ver El País)
No parece que debiera haber una razón para denegar a alguien el derecho a decidir sobre sus convicciones íntimas, como pueden ser las religiosas. Menos aún, si se trata de un país donde hay una constitución que defiende la libertad de expresión, de pensamiento (también la religiosa). Sin embargo, apostatar es una odisea, sobre todo en las comunidades indicadas en el apartado anterior.
Un amigo mío lo ha intentado por activa y por pasiva. Lleva dos años de contencioso, solamente por querer decidir que le cancelen de los libros de bautismo. Por no querer militar en la comunidad católica. Las exigencias son todas. Al final, o no contestan, o te obligan a presentar documentos increibles (hasta acta notarial), o te deniegan la petición. Vamos, más que de una religión parece que te quieres dar de baja en una compañía telefónica.
Y todos nos podríamos preguntar el porqué de estos impedimentos o negativa. Las razones sólo pueden responder a no querer perder poder. Los obispos cuando se trata de defender cuestiones que les interesa, bien educativas, sociales o económicas, siempre sacan a relucir que más del noventa por ciento de la población española es católica.
Déjenme que lo dude. Y si no, que se pueda uno dar de baja y luego contamos. Si el Atlético hiciera lo mismo seríamos el club con más socios del mundo.
En fin, que no nos coarten nuestra libertad de expresión, permítannos ser coherentes, ya está bien de prebendas. Quien quiera que sea católico. No se pide más. Dejénnos a los demás con nuestras miserias.
Salud y república.
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