11 julio 2017

Esperanza y Arturito, un cuento que quita el hipo

Érase una vez una condesa-lideresa que vivía en un palacio situado en lo más granado de una gran capital. Esta señora de alta alcurnia y bajos vuelos conocía desde pequeñito a su amigo Arturito Fernández, con quien compartió colegio y juegos. Allí debió de empezar el aprendizaje.
                   
Esperancita Aguirre, que así se llamaba la futura lideresa, se dedicó desde pequeña a la política y a buscar un marido con linaje, lo que consiguió poniendo zancadillas y creando una red mafiosilla que la había de entronar en lo más alto de la capital.

Mientras tanto Arturito, que había heredado una empresa de su abuelo, después de pasar doce años para terminar Económicas –ya sabe todo el mundo lo duro que es esta carrera— se hizo cargo de esa empresa de restauración. Y entonces fue cuando la fusión entre el empresario y la política empezó a funcionar.

Valiéndose de su amiga, Arturito trepó y consiguió llegar a ser presidente de la CEIM y vicepresidente de la CEOE, así como consejero de CajaMadrid y Bankia. A llegar a la cima también le ayudo su amigo y concuñado Gerardo Díaz Ferrán, ya saben ese expresidente de la CEOE que, por sus buenas obras, hoy se encuentra en Soto del Real.

Y Arturito fue haciendo carrera. Se junto con el rey emérito y le asistió con pleitesía en algunas de sus cacerías, contó con Ignacio González para continuar su carrera meteórica y llegó a usar el sofá de El Pequeño Nicolás para sestear, mientras soñaba con subir a los cielos. Sin embargo, quien siempre lo avaló, y a la que debe mucho de lo que es, aunque ella lo niegue, fue su amiga la lideresa.

La última prueba ha sido definitiva. En tiempos de Esperancita (y de su amor político: Nacho González), una empresa pública (Avalmadrid) avaló a Arturito, en dos ocasiones, unos préstamos. Algo difícilmente explicable, al menos para este cronista. Nunca había visto que una empresa pública avalara a un empresario. ¡Ah! se me olvidaba, que había un retorno en aportaciones generosas y ‘desinteresadas’ al PP madrileño.

Y la cosa se ha puesto fea, feísima. La mayoría de sus empresas están a punto de quebrar o en concurso de acreedores y claro no puede devolver la deuda de 1,8 millones de euros que le prestó Avalmadrid.

¡Pobrecillo! Ahora resulta que Cifuentes, para que no le caiga encima otra gorda, quiere recuperar ese dinero y parece que peligra la vivienda del interfecto. ¡Lo que faltaba! Y es que no tienen corazón. ¿Alguien puede imaginarse al pobre Arturito durmiendo en un cajero (supongo que le habrán retirado la tarjeta black) o entre cartones? De amigo de Juan Carlos, íntimo de Espe y probador de sofás de El Pequeño Nicolás, al más terrible desamparo.

¿Qué habrá sido de sus coches de lujo (entre ellos un Maserati) y de todas sus propiedades? Quién sabe dónde estarán. Desde luego, no han servido para pagar sus deudas. Me tiene muy preocupado.

Perdonen, pero no todos los cuentos terminan bien. Aunque quién sabe cuál será el final de éste. Lo mismo Rajoy le nombra ministro de Turismo, por los servicios prestados, y así podría salvar sus empresas de restauración. ¡Es lo menos! Aunque no le ayuda mucho haber sido un protegido de Espe. Y, colorín colorado, este cuento no ha acabado.

Salud y República

1 comentario:

Genín dijo...

Al borde del vómito, lo único que puedo decir es, que se joda bien jodido y toda su camarilla con el...
Salud