24 octubre 2007

La ONU cumple 62 años

La heredera de la Sociedad de Naciones inició su andadura el 24 de octubre de 1945 en San Francisco. Hoy, en su asamblea están representados ciento noventa y dos países. Nació con el objetivo de servir de foro para la resolución de los problemas de sus miembros.
Son varios los objetivos que trata de cumplir, en el capítulo I de la Carta de las Naciones Unidas los explicita:

1. Mantener la paz y la seguridad internacionales
2. Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos
3. Realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales
4. Servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar tales propósitos comunes.


Loables objetivos, dignos de ser cumplidos. Pero, ¿se cumplen estos objetivos? Sólo en parte, en la parte que interesa a los países más poderosos, sobre todo a los Estados Unidos.
Desgraciadamente no es una organización democrática, sino aristocrática, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad --Estados Unidos, Reino Unido, China, Francia y Federación Rusa—disponen del derecho veto, por lo que cualquier resolución o acuerdo puede quedar anulado si alguno de los cinco miembros “importantes” hace valer ese derecho.

Por otro lado hay una ineficacia manifiesta en la obligación de cumplir las resoluciones aprobadas que puedan importunar a los más poderosos. Son numerosas las resoluciones incumplidas, por ejemplo, en el conflicto del Medio Oriente, muchas de las resoluciones que beneficiaban a Palestina (no reconocida como nación en la ONU) e incomodaban a Israel se han convertido en papel mojado. Y, al contrario, un país poderoso (este es el caso de EEUU, de forma repetida) si lo cree oportuno, actúa al margen, saltándose las resoluciones de la Organización.

Sería necio decir que la ONU no sirve para nada. Se ha avanzado, pero ese déficit democrático que mantiene, con los votos de calidad de los cinco miembros, es algo anacrónico e incoherente, viniendo de una institución que pretende jugar un papel de árbitro en la política internacional. Desgraciadamente, a menudo, se convierte en un arma arrojadiza entre las grandes potencias con la mirada cómplice o impotente del resto.

No será posible una verdadera organización que cumpla los arduos objetivos que se le han encomendado a las Naciones Unidas mientras existan cinco naciones capaces de abortar cualquier iniciativa aunque ésta sea ampliamente mayoritaria. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato?

Los intereses nacionales se imponen a los globales y nadie quiere perder ese poder. Es más, en vez de reivindicar una igualdad entre todos, hay países como Alemania, India, Japón o Brasil que pretenden pertenecer al grupo de los selectos, o sea de los miembros permanentes, aquellos que mantienen el privilegio aristocrático de la desigualdad: El derecho de veto. ¡Oh mundo!

Salud y República

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