Esta entrada es un artículo que saldrá esta semana en la Revista Zarabanda, dentro de un espacio mensual que firmo y se titula “el Retrato del mes”. Conviene, al menos yo así lo creo, que recordemos de vez en cuando a todos aquellos que todavía no se han visto honrados con un homenaje, aunque ya queda menos para la aprobación de esa ley, la de la memoria histórica, que tanto molesta a la derecha.
Esta revista que se distribuye en Rivas, por si queréis hojearla tiene una edición digital:www.editorial@zarabandadigital.com
Martina Barroso (Una de las trece rosas)
No sé desde dónde hablo. No sé por qué. Pero tengo la necesidad de recordar. Sí. Recuerdo perfectamente ese día, esa noche, esa madrugada. Agosto en Madrid es un mes infernal, sin embargo, yo tenía frío. Los nervios me tuvieron tiritando hasta que nos vinieron a buscar. No sé por qué, pero sabía que estaba a punto de pasar. Llevaba tres noches durmiendo mal, pero aquella, la del cinco de agosto, la pasé en vela hasta que nos llamaron.
Sí, quiero recordar todo, tengo que volver más atrás. Allá por enero de 1936, entonces tenía diecinueve años. Mi barrio Tetuán, como todo Madrid, vivía con alborozo los prólogos de las elecciones del mes de febrero. Yo, que había entrado, hacía un año en las Juventudes Socialistas Unificadas, vendía el periódico que editábamos en la puerta del metro. Con cuidado, los flechas se habían multiplicado y procuraban molestarnos y vender su propio panfleto. Claro que nosotras, casi todas éramos chicas, no nos amedrentábamos y defendíamos nuestro derecho a vender en libertad con uñas y dientes. A veces lo conseguíamos; otras, terminábamos con algún moratón fruto de una pelea, pero allí estábamos al día siguiente.
Cuando ganó las elecciones el Frente Popular fue una fiesta, nunca lo olvidaré. Una gran manifestación cubrió la ciudad de banderas republicanas y rojas. La alegría fue inmensa, incomparable. Luego, ya se sabe, los perdedores que no saben perder se fueron preparando y no pararon hasta dar la vuelta, por la fuerza, al poder popular. Pero, de eso, no quiero hablar, mucho se ha escrito sobre esa indeseable guerra, y no todo ha sido verdad, pero repito quiero saltarme esos tres años.
Ya en 1939, con la guerra terminada, me vino a buscar José Peña, quien estaba encargado de reorganizar las Juventudes Socialistas Unificadas en Madrid. Yo tenía miedo. Mi novio había desaparecido y soñaba con salir adelante, con ayudar a mi familia. Sin embargo, no podía dejar solos a los camaradas. Al final me convenció. La verdad es que aunque se lo puse difícil, estaba para mis adentros deseando volver a servir a la causa, ahora en la clandestinidad. Me doy cuenta de que era mucho mayor el riesgo que corría, que el que yo pensaba entonces. Con veintidós años te puede la ilusión, te gana la utopía, tienes fuerza para todo y una venda que no te deja ver el peligro.
Luego, la historia lo cuenta. Pepe Peña fue detenido. Torturado hasta la saciedad dio los nombres que componíamos las J.S.U. de Madrid, no se lo reprocho, seguramente yo también hubiera cantado. No tardaron en venir a buscarme. Me llevaron a la comisaría de Lope de Haro y me tomaron declaración y, a pesar de los golpes que me dieron, juro que apenas les dije nada. La verdad es que tampoco sabía demasiado. Sólo hacía dos meses que había terminado la maldita guerra y nos habíamos reunido en dos ocasiones. Nada más.
Más tarde me llevaron a la cárcel de Ventas. Esa que estaba junto al manicomio y también cerca del cementerio. Allí permanecí encerrada con ellas, hacinada mejor, durante dos meses, día a día, padeciendo calamidades, hambre y castigos injustos. Celdas de castigo, noches sin dormir, duchas de agua helada, bofetones y patadas eran monedas corriente, sanciones por faltas mínimas, como salirte de la fila o hablar con una compañera en la formación.
Día a día esperando que no te despertaran a la madrugada. Noche tras noche oyendo los disparos del cementerio. Hasta que llegó el cinco de agosto. Empezaron a nombrarnos, y aunque lo sabíamos, nos miramos sin terminar de creérnoslo. Yo que había estado temblando, porque lo intuía, dejé de hacerlo y con firmeza contesté a la llamada y sin doblárseme las piernas subí al camión. Unas lloraban, otras temblaban, las más estaban tranquilas. Lo habíamos hablado muchas veces, moríamos por nada, sin causa justificada, por afán de venganza, aunque no sabría decir de qué. No éramos delincuentes, sólo éramos socialistas o comunistas. Morir por hacer un mundo mejor, ¡qué paradoja!
Llegamos a la puerta del cementerio, nos colocaron delante de la tapia a la derecha de la puerta de entrada. Lo último que recuerdo es que miré arriba, allí estaba la luna y pensé que quizá fuera mi próximo destino. Oí el ruido antes de caer, sentí el daño y morí.
Estoy aquí para contar, con una voz, lo que ocurrió a trece muchachas, hace sesenta y ocho años. Mi nombre, Martina Barroso, es lo de menos, he querido hablar por todas. Sí, ahora que se ha empezado a reconocer lo que fuimos; mejor dicho lo que nos pasó. Porque tampoco fuimos ni hicimos nada extraordinario, ni ordinario, no fuimos ni hicimos nada. Sólo una cosa: pertenecer a las J.S.U.
Ese fue nuestro pecado. Nadie pudo probar otra cosa. Yo era una mujer que tenía veintidós años, alta, pecosa, atrevida y llena de ilusiones. Sobre todo una soñadora. Tuve un novio que no sabía donde estaba. La guerra rompe y separa todo. Hoy parece que puede haber un reconocimiento. Tres libros, varios documentales y una película que se estrenará en breve, pretenden hacernos un homenaje póstumo. También una ley que pronto será aprobada y nos reconocerá como parte de la memoria de este país. Nos llaman las Trece Rosas. Gracias por recordarnos, aunque tarde os lo agradezco en nombre de todas.
Salud y República
Esta carta-ficción, que podría perfectamente haber sido escrita por cualquiera de ellas, es un recuerdo para estas trece muchachas que murieron por nada y por todo.
Hoy mismo, leo en El País que Sarkozy ha ordenado que se lea, antes de empezar el curso, una carta de un joven comunista que escribe a su familia, poco antes de morir, condenado por los nazis y sus colaboracionistas franceses. ¿Se imaginan que diría y haría la derecha española si al gobierno le diera por hacer algo similar aquí?
Y es que la derecha española es muy suya, nada que ver con la francesa, incluso con Sarkozy.
Salud y República
Esta revista que se distribuye en Rivas, por si queréis hojearla tiene una edición digital:www.editorial@zarabandadigital.com
Martina Barroso (Una de las trece rosas)
No sé desde dónde hablo. No sé por qué. Pero tengo la necesidad de recordar. Sí. Recuerdo perfectamente ese día, esa noche, esa madrugada. Agosto en Madrid es un mes infernal, sin embargo, yo tenía frío. Los nervios me tuvieron tiritando hasta que nos vinieron a buscar. No sé por qué, pero sabía que estaba a punto de pasar. Llevaba tres noches durmiendo mal, pero aquella, la del cinco de agosto, la pasé en vela hasta que nos llamaron.
Sí, quiero recordar todo, tengo que volver más atrás. Allá por enero de 1936, entonces tenía diecinueve años. Mi barrio Tetuán, como todo Madrid, vivía con alborozo los prólogos de las elecciones del mes de febrero. Yo, que había entrado, hacía un año en las Juventudes Socialistas Unificadas, vendía el periódico que editábamos en la puerta del metro. Con cuidado, los flechas se habían multiplicado y procuraban molestarnos y vender su propio panfleto. Claro que nosotras, casi todas éramos chicas, no nos amedrentábamos y defendíamos nuestro derecho a vender en libertad con uñas y dientes. A veces lo conseguíamos; otras, terminábamos con algún moratón fruto de una pelea, pero allí estábamos al día siguiente.
Cuando ganó las elecciones el Frente Popular fue una fiesta, nunca lo olvidaré. Una gran manifestación cubrió la ciudad de banderas republicanas y rojas. La alegría fue inmensa, incomparable. Luego, ya se sabe, los perdedores que no saben perder se fueron preparando y no pararon hasta dar la vuelta, por la fuerza, al poder popular. Pero, de eso, no quiero hablar, mucho se ha escrito sobre esa indeseable guerra, y no todo ha sido verdad, pero repito quiero saltarme esos tres años.
Ya en 1939, con la guerra terminada, me vino a buscar José Peña, quien estaba encargado de reorganizar las Juventudes Socialistas Unificadas en Madrid. Yo tenía miedo. Mi novio había desaparecido y soñaba con salir adelante, con ayudar a mi familia. Sin embargo, no podía dejar solos a los camaradas. Al final me convenció. La verdad es que aunque se lo puse difícil, estaba para mis adentros deseando volver a servir a la causa, ahora en la clandestinidad. Me doy cuenta de que era mucho mayor el riesgo que corría, que el que yo pensaba entonces. Con veintidós años te puede la ilusión, te gana la utopía, tienes fuerza para todo y una venda que no te deja ver el peligro.
Luego, la historia lo cuenta. Pepe Peña fue detenido. Torturado hasta la saciedad dio los nombres que componíamos las J.S.U. de Madrid, no se lo reprocho, seguramente yo también hubiera cantado. No tardaron en venir a buscarme. Me llevaron a la comisaría de Lope de Haro y me tomaron declaración y, a pesar de los golpes que me dieron, juro que apenas les dije nada. La verdad es que tampoco sabía demasiado. Sólo hacía dos meses que había terminado la maldita guerra y nos habíamos reunido en dos ocasiones. Nada más.
Más tarde me llevaron a la cárcel de Ventas. Esa que estaba junto al manicomio y también cerca del cementerio. Allí permanecí encerrada con ellas, hacinada mejor, durante dos meses, día a día, padeciendo calamidades, hambre y castigos injustos. Celdas de castigo, noches sin dormir, duchas de agua helada, bofetones y patadas eran monedas corriente, sanciones por faltas mínimas, como salirte de la fila o hablar con una compañera en la formación.
Día a día esperando que no te despertaran a la madrugada. Noche tras noche oyendo los disparos del cementerio. Hasta que llegó el cinco de agosto. Empezaron a nombrarnos, y aunque lo sabíamos, nos miramos sin terminar de creérnoslo. Yo que había estado temblando, porque lo intuía, dejé de hacerlo y con firmeza contesté a la llamada y sin doblárseme las piernas subí al camión. Unas lloraban, otras temblaban, las más estaban tranquilas. Lo habíamos hablado muchas veces, moríamos por nada, sin causa justificada, por afán de venganza, aunque no sabría decir de qué. No éramos delincuentes, sólo éramos socialistas o comunistas. Morir por hacer un mundo mejor, ¡qué paradoja!
Llegamos a la puerta del cementerio, nos colocaron delante de la tapia a la derecha de la puerta de entrada. Lo último que recuerdo es que miré arriba, allí estaba la luna y pensé que quizá fuera mi próximo destino. Oí el ruido antes de caer, sentí el daño y morí.
Estoy aquí para contar, con una voz, lo que ocurrió a trece muchachas, hace sesenta y ocho años. Mi nombre, Martina Barroso, es lo de menos, he querido hablar por todas. Sí, ahora que se ha empezado a reconocer lo que fuimos; mejor dicho lo que nos pasó. Porque tampoco fuimos ni hicimos nada extraordinario, ni ordinario, no fuimos ni hicimos nada. Sólo una cosa: pertenecer a las J.S.U.
Ese fue nuestro pecado. Nadie pudo probar otra cosa. Yo era una mujer que tenía veintidós años, alta, pecosa, atrevida y llena de ilusiones. Sobre todo una soñadora. Tuve un novio que no sabía donde estaba. La guerra rompe y separa todo. Hoy parece que puede haber un reconocimiento. Tres libros, varios documentales y una película que se estrenará en breve, pretenden hacernos un homenaje póstumo. También una ley que pronto será aprobada y nos reconocerá como parte de la memoria de este país. Nos llaman las Trece Rosas. Gracias por recordarnos, aunque tarde os lo agradezco en nombre de todas.
Salud y República
Esta carta-ficción, que podría perfectamente haber sido escrita por cualquiera de ellas, es un recuerdo para estas trece muchachas que murieron por nada y por todo.
Hoy mismo, leo en El País que Sarkozy ha ordenado que se lea, antes de empezar el curso, una carta de un joven comunista que escribe a su familia, poco antes de morir, condenado por los nazis y sus colaboracionistas franceses. ¿Se imaginan que diría y haría la derecha española si al gobierno le diera por hacer algo similar aquí?
Y es que la derecha española es muy suya, nada que ver con la francesa, incluso con Sarkozy.
Salud y República
6 comentarios:
Bravo Rafa bravo..me has emocionado!
Un abrazo.
Maravilloso, Rafa. Emocionante, sobrecogedor, precioso homenaje.
Besos.
Genial.
Rafa, precioso.
No te lo creerás, pero tenía una entrada pensada con la carta de otra de las Trece Rosas (Blanca Brisac). Al ver tus entradas primero pensé en suspenderlo, pero no, lo haré la semana que entra y te enlazaré.
Saludos
Es una carta - ficción pero cala profundamente por es la realidad.
Y es una denuncia abierta y comprometida.
Pone sobre el tapete la infamia franquista.Excelente homenaje : honrar a las jóvenes asesinadas injustamente.
Imprescindible recordar la barbarie.
Aunque la derecha y los herederos de Franco bramen ... su esencia de asesinos está claramente documentada.
Excelente post!!!
Está carta dice todo sobre el régimen fascista,ya acabada la guerra...matar sin justificación,infundir miedo y eliminar las maneras de pensar y hacer diferentes a la suya.Han hecho falta 68 años para poder reconocer esta barbarie.Aún hay alguien que puede pensar que los descendientes del franquismo, Alianza Popular y Partido Popular gobiernan para todos los españoles??? Y por supuesto que se debería leer esta y muchas cartas similares en los centros educativos,es la historia de España y debería estar presente si queremos superarlo.
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