Hoy, hace ochenta años, se
produjo uno de los asesinatos más vergonzosos y crueles de la
historia de este país. Trece rosas jóvenes, fueron ajusticiadas sin
las mínimas garantías y con la máxima venganza. Triste,
lamentable. Todavía los asesinos no han pedido perdón.
Sin
culpa, con una sola justificación, pertenecer a los Juventudes
Socialistas Unificadas, fueron asesinadas sin pudor y con odio. Así
se escribía la historia, así comenzaba el franquismo, con sangre y
dolor, con injusticias y venganzas.
Tú
estabas allí, y me lo contaste. Viviste con estas trece muchachas
sus últimas horas. Y te salvaste, como se salvaron otras, por azar,
unas sí, otras no. Sin ningún motivo, si es que para matar se
necesita motivo. Todo fue una farsa. Una venganza. Tú, que hace unos
días, hubieras cumplido cien años, madre, me lo contaste una y otra vez. Y sí, siempre terminabas con aquello de que “su nombre no se
borre de la historia”. Al final te libraste, aunque a un precio
caro: tortura y escarnio. Aquí estoy, poniendo un grano de arena,
recordando tu historia, rememorando a esas trece jóvenes inocentes y
maldiciendo a ese régimen que tanto daño hizo, que tanto asesinó,
que tanto reprimió.
Recuerdo
muy bien la historia. Y recuerdo cómo cuando me la contabas se te
saltaban las lágrimas. Hoy que ya no estás, no sé cómo
reaccionarías ante tanto revisionismo, ante tanto franquismo
instalado ya en las instituciones, ante la continuidad del asesino en
su Mausoleo. Puedo imaginar qué pensarías de Vox y de sus amigos
peperos y ciudavoxenses. Unos, fascistas puros, otros que les tratan
de blanquear como si fueran gente de bien.
Nunca
olvidaré los 5 de agosto. Nunca olvidaré que murieron asesinadas,
por un régimen cruel, trece muchachas que empezaban a vivir. Sólo
recordar tus palabras me emocionan y entristecen. Unos recuerdos que
huelen a sangre y fuego, a torturas y muerte, a persecución e
insidias, a injusticias y miedo.
Unas
mujeres que dieron su vida por pensar de una determinada manera, sin
ninguna razón, y con el odio y el totalitarismo en la otra
trinchera. Y ellos, los asesinos, lo hicieron a conciencia, pensaron
que cortando las ramas más jóvenes con la savia fresca, borrarían
esa nueva España Republicana que tanto repudiaban.
Noche
larga, fría, a pesar del verano, dolorosa. Sombras que se acercaban,
pisadas asesinas, ruidos de fusiles, camión esperando. Sí, salieron
las trece rosas de sus celdas, unas llorando, otras con el puño en
alto, otras cantando, pero todas escuchando el estruendo de los
cubiertos y los platos de sus compañeras, que denunciaban la repulsa
que les producía esa injusticia y homenajeaban su valor y su
inocencia. Y al final del viaje, al pie de la tapia del cementerio
esperaba el ocaso de unas vidas y el principio de un recuerdo
imborrable.
Porque
por mucho que se empeñen, por mucho que os echen tierra encima, por
mucho que traten de que olvidemos, no lo conseguirán. En vosotras
nos miramos, con vosotras buscamos todavía justicia, y con vosotras
estaremos siempre, aunque haya quien se empeñe en cambiar la verdad,
en mentir, en defender un tiempo desgraciado que nos mantuvo durante
cuatro décadas sometidos, perseguidos y despreciados. Vosotras, sois
nuestro espejo y eso no lo olvidaremos nunca. “Nunca os borrarán
de la historia”, ese es nuestro compromiso y sólo se podrá pasar
página cuando llegue de verdad: la Verdad, la Justicia y la
Reparación. Hoy, más que nunca, los pétalos de vuestras rosas
vuelven a brillar ¡Compañeras, siempre en nuestro recuerdo!
Salud
y República
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