La literatura como terapia de la política (XCIII)

¡A los buenos domingos literarios! Henos aquí de nuevo para una nueva terapia. La verdad es que no somos de este mundo, todos atentos al Campeonato del Mundo y nosotros en la otra onda.

Ya saben como va esto. Pongo un texto y ustedes, que lo saben todo, van y dicen autor y título de la obra.

En la edición anterior, hace quince días, la obra seleccionada fue: Las tierras flacas del mexicano Agustín Yánez.  Lo acertaron Àngels y Paco, que últimamente están que lo tiran.

Hoy, reconozco que el autor es difícil. Después de cuatro intentos de poner autores más conocidos, he descubierto que el amigo Google tiene apiladas más novelas de lo que parece y que todas las que intentaba poner, con un simple párrafo, me las descubría. Yo sé que ustedes no son capaces de mirar en Google, pero mi educación católica –de la que quedan rastros—no puede permitir que caigan en la tentación, así es que no he parado hasta encontrar una que no aparece. Pero no se preocupen, que en caso necesario lo supliremos con pistas.

Y este es el fragmento de hoy:

Pero a mí no me vuelven a pillar en una encerrona así. Dime, ¿qué necesidad tengo yo de andar enseñando a la gente? Que aprendan a ostias, como he aprendido yo, que aprendan a base de vivir y de equivocarse. Es muy fácil que llegue un fulano y te diga la fórmula empírica de la literatura y de la desarrolle en tus narices y te diga: “esto me ha costado a mí conseguirlo cuarenta años y ahora, como soy el no va más de la bondad, os lo cedo a todos vosotros para que lo utilicéis desde mañana mismo”. Anda y que les den por el culo, que lean hasta quedarse bizcos, que corran mundo hasta que les salga enormes ampollas en los pies y en el alma, que se lo beban todo hasta que sus hígados les digan cómo hay que escribir. Mira, Félix, a mí me ha costado mucho llegar a concretar mi concepto de la literatura y de la creación y, oye no están los tiempos para andar regalando.

Bueno, pues adelante, que ustedes lo acierten bien.

Salud y República